No sabemos si Robert De Niro habrá empleado uno de sus Oscar para simular la erección protagonista del momento más bochornoso de su carrera como actor y de la vida de cualquier espectador con memoria histórica.
Tuvo cierta gracia ver reunidos hace diez años en Los padres de ella a Ben Stiller y Robert De Niro, representantes de dos Hollywood antagónicos. La figura de Greg Focker (Stiller), amedrentado por un futuro suegro que fiscalizaba todos y cada uno de sus movimientos (Jack Byrnes, De Niro), personificaba un cine comercial estadounidense que luchaba por liberarse de cualesquiera resabios anacrónicos de gravedad y prestigio que habían caracterizado sus décadas previas y, especialmente, la de los setenta, de la que De Niro fue estandarte.
Tanto Stiller como De Niro afrontaron retos con aquella primera entrega de la trilogía humorística familiar que completa a finales de 2010 Ahora los padres son ellos. El primero trataba de consolidar la personalidad cómica apuntada en Un loco a domicilio (1996), Algo pasa con Mary (1998) y Hombres Misteriosos (1999), y pareció que lo lograría con Los padres de ella y Zoolander (2001). El segundo iniciaba una transición sorprendente desde unos papeles comprometidos en extinción, a un divertido histrionismo perfectamente ejecutado en las películas que nos ocupan o en Una terapia peligrosa (1999).
Sin embargo, ambos han terminado devorados por la rama menos fructífera de la industria norteamericana, la que confecciona productos inanes para todos los públicos. Con las excepciones de Los Tenenbaum, una familia de genios (2001), Tropic Thunder: Una guerra muy perra (2008; dirigida, como Zoolander, por él mismo) y Greenberg (2010, ni siquiera estrenada en España), Stiller se ha estancado en un tipo de humor progresivamente inane y cómodo, siendo superado en el más revulsivo por Judd Apatow, Seth Rogen, Jared Hess y otros representantes de la llamada Nueva Comedia Americana. En cuanto a De Niro, ha perdido toda credibilidad tras elecciones tan incomprensibles e indefendibles como Showtime (2002), El enviado (2004), Stardust (2007) o Todos están bien (2009).
Si ya la primera secuela de Los padres de ella, Los padres de él, daba cuenta del inmediato agotamiento creativo de la pugna entre los protagonistas citados —por mucho que entrasen en escena para reanimar el cotarro desechos artísticos como Dustin Hoffman y Barbra Streisand, y el director Jay Roach retuviese cierto sentido del timing cómico y el ritmo narrativo—, Ahora los padres son ellos llega a unos extremos de inmundicia que hace desear por el bien de la vergüenza propia y ajena que la saga concluya aquí.
A poco de comenzar la película, supuestamente centrada en la tarea que Byrnes encomienda a Focker, relevarle como patriarca vigilante del clan, uno percibe con horror que no existe propósito ninguno de hilar una historia; solo el de amontonar caricaturas humanas, actores famosos que las encarnen, anécdotas sin culminación convincente (o directamente abandonadas a la mitad) y moralina decimonónica. Hasta completar una duración que permita estrenar lo que no parece tanto una película como una de esas insufribles series españolas de gracejo chocarrero y premioso que arrasan entre la España profunda (¿hay otra?).
Todo ello sería soportable si, al menos, Ahora los padres son ellos hiciera ostentación en algún momento de un humor ingenioso, o de un mínimo de chispa en su resolución formal. Pero ver a Robert De Niro con una erección monstruosa por consumo de viagra y a un sudoroso Hoffman bailando flamenco, solo divertirá a quien le apetezca comprobar cómo un dios se puede rebajar a su nivel; y la sustitución tras la cámara de Jay Roach por Paul Weitz (solo un poco menos nefasto que su hermano Chris) desemboca en una tetraplejia visual que convierte anímicamente los 98 minutos de metraje en 200 o 300.
Tan mala es Ahora los padres son ellos que lo único resaltable de ella es Jessica Alba, únicamente en el cine por una arrebatadora belleza solo comparable a su nulidad interpretativa. Pues bien, al menos Alba compone un personaje, de cuya interrelación con Greg Focker se deriva además alguna reflexión sobre las causas y repercusiones del adulterio. Pero el final de su participación en la película es tan abyecto como el resto del conjunto, dejando al espectador con lágrimas en los ojos.
Que luego haya quien se atreva a denunciar la perversión de cintas como I saw the devil y A Serbian Film, mientras celuloide tan imbécil como Ahora los padres son ellos abarrota las salas, es recomendado como entretenimiento navideño ideal, y hasta recibe parabienes por parte de algunos críticos, solo constata que, como escribió Chamfort, "lo que proporciona el reconocimiento a muchas obras es la relación que se encuentra entre la mediocridad de las ideas del autor y la mediocridad de las ideas del público".
Y, en este caso, con dos grandes talentos como Robert De Niro y Ben Stiller como cómplices. Pena de muerte.