Ni realizador ni protagonistas han sabido aprehender nada de la cinta original, ni tampoco de cierto cine hollywoodense clásico al que "The Tourist" intenta remitirse ansiosamente.
Abundando en lo expresado en el nuevo número impreso de nuestra publicación, uno está lejos de participar de esa corriente crítica que se ceba sistemáticamente con remakes y secuelas, apostando por lugares comunes que a estas alturas dejan más en evidencia a quien escribe que a la película en cuestión. Las reflexiones de Abbas Kiarostami en Copia Certificada, o el hecho de que hayan realizado nuevas versiones de otras películas o incluso de films de su propia cosecha cineastas tan respetables como John Ford, Alfred Hitchcock, Otto Preminger, Nikita Mikhalkov, Leo McCarey, Shohei Imamura, D.W. Griffith, William Wellman, Martin Scorsese, Michael Haneke, Gus Van Sant o Raul Walsh (entre otros muchos) deberían obligar a plantear los análisis de otra manera. Porque criticar un remake volviendo a decir lo que siempre se dice de los remakes, es convertir el ejercicio de la crítica, vaya por donde, en un remake.
Dicho lo cual, nos vemos obligados a explicar por qué The Tourist, queriendo ser una simple clonación del efectivo thriller francés El secreto de Anthony Zimmer al gusto del público estadounidense, fracasa estrepitosamente.
Como escribió nuestra compañera Inma Valls cuando se estrenó hace cuatro años, Anthony Zimmer renovaba el género negro más tradicional a base de conjugar sus elementos clave: un juego con las apariencias fundamental en el cine de maestros del suspense como el citado Hitchcock. Carecía de interés si el apocado protagonista de la película era el Anthony Zimmer o no del título, al que seguían la pista servicios de inteligencia, mafiosos y una mujer desesperadamente enamorada de él. Casi podría decirse que sabíamos desde el principio la verdad. La intriga residía precisamente en suspender la incredulidad del espectador durante todo el metraje, y hacerle sentir cuando se desvelaba el misterio que era tal. "No me interesa el contenido de una película. Es como si un pintor se preocupara por el sabor que tienen las manzanas que pinta. ¿Qué más da? Es su estilo, su forma de pintarlas, de ahí es de donde surge la emoción" (Alfred Hitchcock).
El estilo del director Florian Henckel von Donnersmarck no está en The Tourist al servicio del suspense, sino de esa sutil mofa del mismo que hizo Stanley Donen en Charada (1963) y Arabesco (1966). Donen exacerbó los signos externos del cine de Hitchcock en nombre de la taquilla y de acuerdo con su donoso talante creativo, y desactivó las pulsiones más oscuras del director británico, que obviamente no le interesaban. El resultado fueron películas de suspense sin suspense real, puestas en escena de gran brillantez formal y suntuoso aparato de producción que fueron adscritas al ámbito del thriller pese a que en ellas era mucho más importante el flirteo entre actores carismáticos, el charme y el lujo que el desequilibrio emocional del espectador. "Para mí, dirigir es como practicar el sexo: cuando es bueno, es muy bueno; pero cuando es malo, todavía es bueno" (Stanley Donen).
The Tourist sigue la estela de Donen. No es de extrañar que haya sido nominada a los Globos de Oro en el apartado de mejor comedia/musical. Lo único que importa es la presencia de sus protagonistas, las glamourosas estrellas Johnny Depp y Angelina Jolie; la localización, una Venecia retratada para que saliven novias que anden pensando dónde pasar la luna de miel; y un entretenimiento que en ningún momento despeine mentalmente al público.
Pero la anterior realización de Von Donnersmarck no era precisamente digna de Stanley Donen: La vida de los otros constituyó un ejercicio dramático de considerable gravedad argumental, férreamente sujeto a un guión milimétrico. En The Tourist, el alemán parece perdido, incapaz de trascender el amontonamiento de planos sin orquestación ni rumbo algunos, confiando sin éxito en que basten las vistas panorámicas de las góndolas, el trasero de la Jolie y la perilla de Depp para conjurar en pantalla el espejismo de la diversión. Además, como pasa en los peores remakes, los acontecimientos no se suceden merced al simulacro de una lógica interna, sino porque en otra película ocurrieron en el mismo orden.
Lo peor, en cualquier caso, hay que achacárselo a la pareja protagonista, que enfrenta al carisma falsamente natural que exudaban Sophie Marceau y sobre todo Yvan Attal (capaz de ser personajes totalmente opuestos recurriendo únicamente al rostro) el dudoso carisma que proporciona ser famosos gracias al circo mediático: de Angelina Jolie ya comentábamos a propósito de Salt que no sabe hacer a estas alturas otra cosa que ejercer de esfinge, y en The Tourist uno acaba harto de su quijada y de que nos intenten vender que es muy atractiva porque todos los secundarios y extras de la película se ven obligados a soltar hondos suspiros a su paso. En cuanto a Depp, convertido en una caricatura de sí mismo tras sus destructivos trabajos con Tim Burton, no resulta convincente ni sosteniendo un libro. Por supuesto, la química entre ambos es nula.
Basta comparar la secuencia inicial en el tren con la que tenía lugar en El secreto de Anthony Zimmer, para comprender hasta qué punto ni von Donnersmarck ni sus actores han sabido aprehender nada de la cinta original, ni tampoco de cierto cine hollywoodense clásico al que The Tourist intenta remitirse ansiosamente.