Los años ochenta: reiteración y cachondeo
Conocidas las características del cine de los ochenta y el retorno a los ambientes juveniles que supone, podría imaginarse que esta década traería consigo enfoques renovadores para el cine que retratamos. Sin embargo, las películas que tocan el tema durante estos años lo hacen desde una perspectiva demasiado codificada y formulista: no es que “Surf games: desafío en la playa” o “Under the boardwalk” (lo siento, no recuerdo el título que se le dio en vídeo a este incunable) no sean cien por cien disfrutables, que lo son, sino que apenas se diferencian de otros títulos protagonizados por skaters, pandilleros o bailarines de break-dance estrenados por estas fechas. De hecho, parecen más preocupadas por reflejar los habituales enfrentamientos de bandas e historias de amor y superación, que por ahondar en las verdaderas raíces del fenómeno, descuidando la peculiar mitología pop que habían aportado los títulos de los años sesenta, o el enfoque personal del realizador. Por otra parte, la técnica aún no había avanzado tanto para mostrar buenas escenas sobre las olas, lo que hace que estas películas carezcan de un interés más allá del anecdótico para los verdaderos aficionados.
Los ochenta son también los años de una nueva avalancha de producciones con la playa como escenario central, en las que a veces es posible distinguir, aunque sea muy a lo lejos, a un grupo de chicos practicando surf. En ellas, el plano general de las obras de los sesenta (los bikinis y sus escotes) pasan a ser primeros planos y planos detalle: la atmósfera ya no es el objetivo, puesto que los nuevos tiempos imponen que el sexo se convierta en el fin único perseguido por espectador y protagonistas. Aunque estas películas sean perfectamente olvidables y a veces llegue a ser tarea de chinos, incluso para el videoadicto fanático, diferenciar unas de otras, hay alguna especialmente simpática de puro desmadrada, como “Fraternity vacation” (vídeo, “Vacaciones locas, locas”) o “Hot moves”. Y hablando de desmadres superlativos, es obligado mencionar “Surf II”, una broma estirada llena de un humor literalmente animal, cuyas grotescas intenciones comienzan desde su título: jamás existió una película llamada “Surf”.
Y dando un salto desde la comedia erótica, por estos tiempos encontramos también una habilísima película de acción, a cargo de uno de los talentos más dotados para el género. Más pistas: es una mujer y se llama Katrhryn Bigelow. Su película, “Le llaman Bodhi”, parte de una convencional trama de poli infiltrado que saborea el lado oscuro (en este caso un grupo de surfistas que hacen las veces de atracadores de bancos) para servir un espectáculo nada despreciable de tiros, olas y persecuciones rodadas con pulsaciones de más. Los comentarios de entonces lo dejaban claro en el póster: pura adrenalina. Y por una vez, estaban cerca de la verdad.