La obra cae en una alarmante acumulación de tópicos.
Dos años después de su producción, como viene siendo habitual en el reciente cine producido en tierras europeas, se estrena una superproducción excesiva a todos sus niveles. Estamos hablando del filme ruso El almirante, una historia épica caracterizada por la megalomanía de sus imágenes y de las emociones desbordadas. Sus cimientos argumentales, amén de una holgada economía, sostienen la narración de un pedazo de la crónica de la Rusia contemporánea que nos devuelve al periodo zarista.
Su contexto sociopolítico se enmarca en la Primera Guerra Mundial y, por supuesto, en la Revolución Rusa para hacer una biografía descriptiva del almirante que reza el título, Alexander Kolchak, y de sus devaneos sentimentales con Anna Timireva. El filme ha resultado todo un éxito en su país de origen. No en vano cuenta con un inestimable apoyo de una de las majors hollywoodienses, la 20th Century Fox, que le ha brindado la cifra de 20 millones de dólares para que esta homérica propuesta nacionalista llegara a buen puerto.
Andrei Kravchuk, el realizador de este gigante histórico, ha optado por basarse en grandes clásicos como Doctor Zhivago, Guerra y paz o incluso la más reciente Quemado por el sol para filmar este hercúleo esfuerzo. Los resultados se ven lastrados por la propia ambición del producto. El almirante bien podría ser una oda a la pasión en tiempos desesperados de guerra o una carta de amor a patria y corazón. Y lo es, o más bien lo pretende, cayendo en una narración anacrónica, casi desfallecida, que vierte demasiados excesos como para lograr una sostenibilidad digna.
Resulta difícil pensar que un filme que intenta el triple salto mortal con la conjugación de una dramatización del pasado histórico, la humanidad de un amor desesperado y un aparato estético infalible resulte a la postre tan fallido como agotador. Porque lo que Kravchuk ha pretendido es aunar en un rodaje un conglomerado de factores que se antojan inalcanzables. Bascula entre la plasmación de una grandilocuencia bélica , la rúbrica de un amor condenado a la fatalidad por el rumbo de los acontecimientos sociales y la reivindicación del joven almirante enfrentado con el enemigo y con el pensamiento revolucionario.
Durante el metraje, la obra cae en una alarmante acumulación de tópicos sobreros, en la ausencia de razones políticas debidamente expuestas y en una sensiblería de pañuelo fácil que no logra calar hondo. El almirante es un monumental agujero negro donde ha entrado todo constructo imaginado por su realizador pero su complejo de cine mayúsculo ha acabado por engullirlo.