Muestra ejemplar de verdadero cine de aventuras, aquel que no viene definido por la adscripción rutinaria y lúdica al género, sino por el planteamiento de unas peripecias ineluctables cuya superación trae aparejada una victoria material pero, sobre todo, existencial.
Los cinéfilos más exquisitos de este país han celebrado mayestáticamente el regreso a nuestras salas de Jean-Luc Godard con Film Socialisme, esa radical sinfonía ensayística centrada en la deriva europea, el presente de la lucha de clases, las contradicciones ideológicas del cine y los burros que okupan gasolineras. A nosotros, mucho más vulgares, nos entusiasma en cambio poder hablar de una nueva película del australiano Peter Weir, en silencio desde la excepcional Master and Commander: Al otro lado del mundo (2003).
Como casi toda la filmografía previa de Weir, una de las más rigurosas del cine contemporáneo (aunque él se defina modestamente, y no faltarán críticos a quienes les convenga tomarle la palabra, "un artesano que manufactura historias"), Camino a la libertad es una reflexión sobre lo que se entiende por humanidad. Títulos como Picnic en Hanging Rock (1978), La última ola (1980), Único testigo (1985), La costa de los mosquitos (1986), El club de los poetas muertos (1989) y El show de Truman (1998) ya abordaron la dicotomía entre la ligazón tradicional de la naturaleza humana a lo colectivo y el precio a pagar por romper el contrato social, perceptivo, interpretativo, establecido con lo real.
Camino a la libertad continúa indagando en la misma problemática merced al relato de la marcha suicida de seis mil kilómetros que emprenden varios hombres tras escapar durante la Segunda Guerra Mundial de un gulag enclavado en Siberia. La confianza de todos ellos reside en hallar finalmente una tierra no sometida a las miserias de la guerra y la política; una tierra que propiciará literal y metafóricamente su redención como individuos, y cuyos cimientos no se forjarán en su meta sino en el viaje que les llevará a la misma.
De acuerdo con lo expuesto, Weir dedica los minutos iniciales de Camino a la libertad a describir minuciosamente el microcosmos del gulag, sus sevicias y normas del juego, con una planificación narrativa. Una vez nuestros protagonistas se han definido en tal entorno, su huida a pie a través de la Unión Soviética, Mongolia y el desierto de Gobi irá desnudándoles y revistiéndoles de atributos que desconocían poseer, acompañados por una puesta en escena que deviene contemplativa, ascética, en concordancia con el rito de paso trascendente que experimentan los fugados, y que halla expresión muy afortunada en su uso circunstancial de máscaras o en sus estrategias de supervivencia, que emulan las de lobos y serpientes.
En este sentido, nos encontramos ante una muestra depuradísima de verdadero cine de aventuras, aquel que no viene definido por la adscripción rutinaria y lúdica al género, sino por el planteamiento de unas peripecias ineluctables cuya superación trae aparejada una victoria material y existencial.
Por ello, aunque Camino a la libertad llegue a pecar de árida, el compromiso de Weir con lo que pretende transmitir se salda no solo con un resultado global más que satisfactorio, sino con escenas puntuales de una emoción pura, insuperable, nada sentimental sino primigenia: las arrugas de Ed Harris, los ojos de Saoirse Ronan, una estatua de hielo en el bosque, cuerpos difuminados por la arena...
En este contexto, que las memorias del militar polaco Slawomir Rawicz (Jim Sturgess) en que se basa la película sean más o menos verídicas; que su regreso particular a casa no cause demasiada impresión; o que la participación en la producción de National Geographic haya forzado según algunos ciertos componentes paisajísticos, no tiene demasiada importancia. Como sucede en el cine de Werner Herzog, la incansable búsqueda artística de Weir soslaya fronteras expresivas y conjura en pantalla momentos ni "reales" ni "ficticios", en los que florece la ilusión momentánea de una vida libre de condicionantes y superestructuras, a imagen y semejanza de lo mejor de nosotros mismos.
Puede que Camino a la libertad no sea la película más redonda de Peter Weir. Pero demuestra que, quien tuvo, retuvo. Y eso representa, en su caso, mucho a lo que atender. Aunque su mirada pueda llegar a ser cegadora para quienes son incapaces de entender nada sin un manual de instrucciones intelectual(oide).