Narración y metanarración se funden en un maravilloso y único conjunto.
No sabemos qué vió Víctor Erice en aquella adolescente elegida para protagonizar El Sur en 1983, pero ya tras el visionado de aquella obra maestra se intuía que no se trataba de un descubrimiento efímero. Una década después, Icíar (Estrella en vasco, como su inolvidable personaje en la cinta de Erice) Bollaín demostró vocación por el cine, no sólo como sólida intérprete sino con una seria preocupación por la escritura de guiones y la realización.
Tras su debut en el guión y la dirección con un par de cortos de cierto renombre, Bollaín va fraguando lentamente su carrera gracias a elegir adecuadamente a sus compañeros y maestros de viaje. Chus Gutiérrez, José Luis Borau, Felipe Vega, el productor Santiago García de Leániz (con el que fundó La Iguana Films) y Ken Loach son nombres clave con los que Bollaín ha trabajado y aprendido una manera de entender el cine, aquella que lo utiliza como una ventana a los problemas acuciantes de nuestra sociedad.
Si su carrera como actriz sorprende por su selección de trabajos, naturalidad y solidez, su trabajo como guionista y directora es aún más deslumbrante. Desde el estreno de su primer largo Hola, ¿estás sola? (1995), la trayectoría ascendente de su filmografía es encomiable, siendo cada nueva película un peldaño que la ha llevado de una manera contundente a nuevo estado como cineasta de referencia.
También la Lluvia resulta así la cota más alta que la cineasta ha logrado. Superproducción española de cinco millones de euros, narra la peripecia de un equipo de rodaje español en Bolivia, donde graban una revisión de la conquista española en la que Cristobal Colón aparece como un personaje cruento, Fray Bartólome de las Casas como un pusilánime y donde se reivindica la figura de Fray Antonio de Montesinos como primer defensor de la igualdad de los indígenas ante el ejército y la Corona española.
Partiendo de un soberbio guión escrito por Paul Laverty (pareja de la directora y guionista habitual de Ken Loach), También la Lluvia plantea una narracción a dos bandas en las que conocemos las peripecias para llevar el rodaje a cabo en la población de Cochibamba donde ha estallado una revolución local por el control del agua y, simultáneamente, el contenido de la película sobre la conquista española que se está rodando.
Laverty ha escrito en También la Lluvia algunas de las mejores secuencias de su carrera. Si en el inicio se alternan las descripciones de los pormenores del rodaje (el casting, las localizaciones...), con la presentación de la historia a rodar (la lectura del guión, las entrevistas a los actores...) llega un momento en que narración y metanarración se funden en un maravilloso y único conjunto, haciendo ver al espectador cómo las condiciones de la conquista se vuelven a repetir con la explotación por parte de los productores españoles del personal nativo de la ciudad donde ruedan.
De este modo, a través del arco emocional de los dos personajes principales, asistimos al viaje ético del director (Gael García Bernal) que comienza siendo un conquistador fraternal que busca reivindicar a los indígenas en su cinta para transformarse en un Colón sin alma que sólo desea terminarla con éxito; y al del productor (Luis Tosar), movido en un principio por la codicia del ahorro del dinero hasta transformarse en un Montesinos que ayuda a la población nativa.
Si el guión ya ofrece un material de altos vuelos, el estilo sin adornos, escueto y sólido de Bollaín tras la cámara termina de bordar su tejido narrativo. La directora además posee un olfato especial para los actores, dada su doble condición, y el casting suele ser uno de los puntos fuertes de cualquiera de sus películas. En esta ocasión no ha sido menos y el nivel de interpretación es colosal, desde los ya mencionados García Bernal y Tosar, hasta los secundarios Raúl Arévalo, Juan Carlos Aduviri o Carlos Santos. Pero sin duda se lleva la palma Karra Elejalde, en lo que es la mejor interpretación de su vida.