Acababa de protagonizar un desencuentro con un compañero de prensa por no estar de acuerdo en el planteamiento fotográfico, no parecía el mejor momento para la entrevista pero con evidente gesto de cansancio se mostró dispuesta a proseguir con la mañana promocional.
La película que presentaba era demencial en el mejor de los casos, y tampoco había mucho que rascar en un cara a cara. Su currículum, entre productos televisivos y alguna otra intentona previa, era de los que dibujan a uno de esos personajes que por poder asociarse ligeramente con un producto conocido (“de la actriz conocida por…”) se convierte en un sello de fama, motivo por el que al fin y al cabo participaba en la película, o, visto de otra manera (porque una cosa lleva a la otra), por el que la entrevistábamos.
La cuestión es que, hablando de sus numerosos proyectos, subrayó su participación en numerosos trabajos amateur y en cómo el cine estaba más vivo que nunca, cómo brotaba de cualquier esquina, cómo cualquier vecino podía lanzarse a adquirir una videocámara y volverse ilustre cineasta. En un momento con pocos reflejos, la siguiente pregunta se reveló equivocada: “¿y no puede llevar eso a un exceso de cine en el que nada destaque, en que sea para todos más difícil obtener repercusión?”.
La cara de póquer fue absoluta. Se hizo necesaria una aclaración: “es de lo que se quejan algunos grupos en la música, que les resulta más fácil producir y lanzar álbum, que la promoción es a priori más sencilla que nunca… pero que su grado de calado es mínimo y que de lograrlo dura menos de diez minutos”.
“Lo siento, ayer dormí muy poco y no estoy muy fina”, fue toda su respuesta. La marcianada con la que la actriz parecía haber subido unos puntos su grado de consciencia y que le había despertado transitoriamente, le revelaba una duda que podía ser importante. Una duda que todavía no ha encajado gran parte de una audiencia y a la que la idea de los filtros naturales le sigue confundiendo, desconociendo su enorme utilidad. La industria sigue siendo ese monstruo que entienden como un rival y no como un instrumento que les brinda entretenimiento.
Los ejemplos no acaban con el de la música. Prácticamente puede hacerse extensivo a cualquier otro frente en que entra en juego Internet, herramienta que pone a todos a competir y a demostrar cómo tan mala como la falta de competencia es el exceso de la misma. Sí, hay más libertad para crear un medio digital, pero ese exceso convierte a todos en una masa conjunta donde al final el peso de la marca de los medios clásicos, amén del de los pioneros en el medio, es lo que termina por imponerse. Y con resultados tibios como para lograr una rentabilidad suficiente como para emplear a profesionales y garantizar su viabilidad.
Y las webs en que algunos publican sus viñetas, magníficos textos elaborados, fotografías repletas de talento, se confunden entre miles y miles de ‘intentos de’, muchos de ellos enormemente desafortunados. Otros, demostrando que una parte importante de la audiencia no distingue tanto entre ciertos niveles de calidad, y que sólo esas barreras naturales que tradicionalmente existían podían hacer algo en su favor (un sistema con sus propios defectos, se entiende).
¿Y el cine? A los propios excesos de la cartelera efectuados por la mercadotecnia, cada vez le resulta más cercana la entropía del amateurismo que se vive en el mundo de los cortometrajes. Si los concursos de cortos eran la vía natural para promocionarlos, si la prensa la forma de publicitar su fama, el exceso de unos y otros hace cada vez más difícil distinguirlos (luego queda preguntarse por la utilidad real de muchos de ellos). Algunos afirman frente a lo difícil que se puede hacer sobrevivir en un medio con tantos excesos, en que el exceso de soñadores hace imposible el sueño, que estas cosas deben hacerse por amor al arte, en los ratos libres. Son los mismos que piden nuevo material cada diez minutos y que se descargue más velozmente. Al fin y al cabo tienen poco tiempo en su vida como para perderlo observando una barra de descarga… y en ese mismo tiempo libre otros deberían estar haciendo sus películas, libros o cómics para entretenerles. Tampoco les vale cualquier tipo de material: debe ser de calidad, están hartos de morralla. La morralla que se acumula cada vez en mayor cantidad con esa diversidad que les fascina.
(No, no me gustan los cortos).