Parecía disparatoso pero funciona. Los americanos son expertos en eso, cuando quieren, te hacen una historia de lo que sea. Y aquí, si no tienes nada en contra de las películas de acción, hay una historia. Lo dice una persona que cuántos menos bichejos Alien vea en su vida, mejor que mejor.
Los treinta primeros minutos de la película son clave. Hemos visto muchas introducciones así, pero muy pocas con tanto rigor y tan justa utilización de los medios. Los personajes no sueltan una sola estupidez, y en más de una ocasión dan muestra de ingenio y sensibilidad. El espectador se mete de verdad con ellos en la pirámide.
Con la llegada de la sangre, la cinta sufre un bajón. Ya hemos visto muchas veces a humanos huir de bichitos multiformes y aquí no hay nada fuera de lo corriente. Es en el transcurso de los acontecimientos y la explicación de todo el engranaje donde Alien vs Predator se gana al espectador. Las piezas encajan como un reloj, y eso hablando de un crossover, es el mejor piropo que se le puede decir.
Paul W.S. Anderson, consagrado adaptador de videojuegos al cine (Resident Evil, Mortal Kombat), nunca ganará un Oscar, pero seguirá forrándose mientras siga rodeándose de equipos así. El director ha contado con los guionistas tanto de Alien (Dan O’Bannon y Ronald Shusett) como Predator (los hermanos Jim y John Thomas) para el desarrollo de los personajes. Con todo, se ha mimado mucho menos la personalidad de los Alien que la de los Predators.
A pesar de estar destinada a la gran masa, o precisamente por ello, Alien vs. Predator se ha trabajado desde la raíz. No estamos ante una gran película, pero sí frente un buen entretenimiento de la gran pantalla. Sus actores, en especial la protagonista, Sanaa Lathan, una amazona que vale la pena seguir, pueden decir con orgullo que han entrado en la pirámide. Ha sido por algo más que por dinero.