En La Sombra del poder, Russell Crowe encarna a un periodista veterano que en el curso de una de tantas conspiraciones olvidables, se tiene que enfrentar primero, aliar después, a una joven periodista de la chiripitifláutica vida de bloguer. Nacidos estos últimos para conquistar la libertad de expresión en cinco minutos, para hacerse con un espacio para su ego sin cortapisas, pocos podrían intuir -y pocos pueden hacerlo todavía- el daño que por la entropía han logrado junto a los miles de pseudo-medios parasitarios que brotan con idéntica tecnología, al futuro de una profesión que si había ido padeciendo un sometimiento progresivo en los últimos años, actualmente se encuentra en un estado comatoso para gozo tanto de aquellos que creen estar pergeñando la noticia, como por los engranajes del poder que habían perdido años infructuosamente con una herramienta más inútil y contraproducente: la censura.
En aquella ocasión, a los dilemas de una directora de periódico encarnada por Helen Mirren sobre cómo hacer sobrevivir a la empresa, se respondía de forma ingenua y de optimismo forzado: la bloguer y el veterano podían encontrar un camino hacia adelante uniendo sus respectivas características. Periodismo de investigación con dosis frívola: el mundo está salvado.
Matthew Michael Carnahan, firmante del guión de una película que se despedía tristemente con grabaciones de una rotativa en funcionamiento, había expuesto sus inquietudes previamente en Leones por Corderos, producción en que frente a un Tom Cruise que encarnaba al político de frío pragmatismo, una periodista veterana y obligada a ponerle contra las cuerdas terminaba por excusar la línea periodística de estos tiempos: "nos compró un grupo inversor y...".
Lejos de que la situación todavía inquiete a nadie, llega Morning Glory y celebra de forma grotesca, con la superficialidad propia de las comedias románticas, el hincado de rodilla del periodista veterano, cuya arrogancia se acaba viendo sometida al corazón/variedades para el gozo del respetable, en lo que oportunamente nuestra crítica ha explicado como "un asunto tan peliagudo como el de la degradación actual de la práctica periodística, que Morning Glory celebra jovialmente".
Uno contempla el tratamiento de una realidad periodística en el cine, que coincide con el despido de en torno al 30% de la plantilla del que fue primer grupo de comunicación de nuestro país, todo poco tiempo después del cierre de la emblemática división de la CNN (sí, que ponía una marca de prestigio al servicio de una ideología vendida al mejor postor, que esto va como va) por un canal infame de Gran Hermano y se pregunta hasta qué punto el poblado género del Apocalipsis no debería enfocar más a la situación periodística, al auténtico drama de esta involución informativa, y a qué nos conduce ceder el timón de los intereses de los espectadores. Probablemente sin zombies de por medio o una Belen Esteban -valga la redundancia- aquello sólo nos importaría a cuatro. Pero tendría su papel.