Más allá de la simpatía por un género, unas referencias, el entusiasmo de un realizador, es imposible disculpar que cosas tan básicas como las interpretaciones, los diálogos, el ritmo o el sentido global de una película sean absolutamente desastrosos.
La sombra prohibida arranca allí donde concluía La herencia Valdemar: La tasadora de fincas Luisa Llorente(Silvia Abascal), sus compañeros Ana (Norma Ruiz) y Eduardo (Rodolfo Sancho) y el detective Nicolás Trámel (Óscar Jaenada) tratan de descubrir los espantosos misterios que encierra una mansión donde, cien años antes, el noble Lorenzo Valdemar (Daniele Liotti) se atrevió a invocar por amor a fuerzas innombrables.
Hace apenas unos días, pontificaba ante algunas personas sobre lo inútil que resulta consagrar una crítica a una película si lo único que va uno a hacer es repetir lugares comunes, igual da si laudatorios o denigratorios.
Ahora se estrena esta secuela conclusiva de La herencia Valdemar, y me encuentro con que es muy poco lo que puedo añadir a la crítica que sobre la predecesora de La sombra prohibida firmaba en esta misma publicación mi compañero Antonio Núñez, o a la que yo mismo escribí para la ocasión en otro medio.
Y es que La sombra prohibida no hace sino apuntalar todas y cada una de las sensaciones que transmitía La herencia Valdemar y que compartimos Antonio y yo: sobre el papel, nos hallamos ante una propuesta fascinante, tanto en lo referido a la estrategia de producción costosa e independiente de que ha hecho gala el guionista y director de ambos films, José Luis Alemán, como en lo tocante a su ánimo creativo, que opta por un fantástico añejo y lleno de culteranas referencias literarias, y por unas formas pretendidamente clásicas.
Por todo ello, en unos tiempos en los que el cine español parece oscilar entre cosas pseudotelevisivas al dudoso gusto de los adolescentes suburbiales (3 metros sobre el cielo) y rancias cintas de arte y ensayo subvencionadas (Aita), La herencia Valdemar y La sombra prohibida ostentan un carácter subversivo indudable.
Ahora bien, más allá de la simpatía por un género, unas referencias, el entusiasmo de un realizador, es imposible disculpar que cosas tan básicas como las interpretaciones, los diálogos, el ritmo o el sentido global de una película sean absolutamente desastrosos, propios de un amateur que vete a saber cómo ha conseguido que un suicida le deje trece millones de euros.
Es un dinero que en La sombra prohibida vuelve a repercutir en unos efectos escenográficos y digitales aceptables, y en la participación de un reparto variopinto, vistoso. Pero que no puede soslayar, como apuntaba Antonio a propósito de La herencia Valdemar, que "el argumento avance sin rumbo fijo [y] la dirección de actores sea nula". Ni, como yo concluía, que "la apuesta por el terror clásico y el melodrama gótico [no impide] que el nombre de H.P. Lovecraft, como tantas otras cosas, haya sido tomado en vano por José Luis Alemán".