Según van avanzando los minutos y se aproxima la resolución también se agudiza la sensación de intrascendencia.
Debe reconocer un servidor que son contadas las ocasiones en que realmente acude conscientemente al cine con la sana intención de pasar un buen rato y dejarse embaucar por las hinchadas superproducciones de Hollywood, en oposición a aquellas tan numerosas ocasiones en que se sienta en la butaca con la pluma –el teclado en este caso– afilada, presto a vapulear con saña el enésimo refrito de ideas que mueve más al enfado, la indignación y la vergüenza ajena que a la diversión y el entretenimiento puros y duros.
Si Red suponía una de dichas excepciones no lo era tanto por el nombre del director –Robert Schwentke, tras las cámaras en las voluntariosas aunque fallidas Plan de vuelo: Desaparecida y Más allá del tiempo– ni por el plantel de nombres del elenco, sino por contar en la base del armazón argumental con la apuesta casi segura del cómic que en 2002 pergeñaran los lápices de Cully Hamner y, sobre todo, el procesador de textos de Warren Ellis.
El guionista británico ha demostrado sobradamente su capacidad para urdir tramas notables y dotar de tridimensionalidad a sus personajes en la práctica totalidad de títulos en que se ha visto implicado desde que comenzó su andadura en el noveno arte. Ahí quedan obras redondas como The Authority, Planetary, Global Frequency, Desolation Jones o Fell para demostrar que sabe como mínimo entretener con estilo, pero que cuando se toma aún más en serio su labor es capaz de parir títulos que hagan avanzar el arte enmarcado en viñetas, a la vez que baña sus relatos en la imaginería del cine y pugna por dar un nuevo sentido a la narración secuencial impresa.
Sin ser una maravilla, la serie limitada original de Red nos hacía presagiar, sin embargo, una cinta con mayor enjundia que productos similares a encuadrar dentro de la misma categoría cinematográfica. La película que aquí nos ocupa respeta la trama de Ellis, y nos presenta a una serie de agentes de la CIA retirados que comienzan a ser cazados y eliminados a causa de algo oscuro que sucedió en el pasado. Los pocos supervivientes se unirán para evitar correr el mismo funesto destino, empeñados además en escarbar para averiguar las razones de la persecución que están sufriendo a manos de la propia agencia para la que un día trabajaron.
Durante las dos horas de metraje asistimos a una historia de espías que no se marca ningún tanto en el terreno de la originalidad argumental. Consciente de ello, la cinta de Schwentke se decanta por poner el máximo énfasis en lo caricaturesco del retrato de algunos de sus protagonistas –destacando el paranoico a quien acertadamente da vida John Malkovich–, atendiendo al poder de convocatoria de buena parte de los rostros contratados para la ocasión: un Bruce Willis que vuelve a hacer de Bruce Willis sin desviarse ni un milímetro de su marca de fábrica, una agradable y sorprendente Helen Mirren, la comicidad de Mary-Louise Parker (en los últimos años dedicada de pleno a la telesiviva Weeds) o papeles más anecdóticos a cargo de Morgan Freeman, Karl Urban, Brian Cox, Richard Dreyfuss o el veteranísimo Ernest Borgnine.
La segunda gran baza del filme son las eficaces escenas de acción, donde se pone toda la carne en el asador para deslumbrar al espectador sin caer en tópicos sangrantes, empujando las situaciones hasta límites insospechados y paródicos para lograr que seamos conscientes de que esto no va en serio, de que estamos presenciando algo que se mofa de los clichés a la vez que bebe de ellos. Como muestra un botón: el número de balas disparadas en la película atestigua que, obviamente, debemos aparcar nuestras ansias de realismo para mejor ocasión.
Pese a todo, según van avanzando los minutos y se aproxima la resolución también se agudiza la sensación de intrascendencia, de que dentro de unas semanas apenas recordaremos un par de frases cómicas memorables dentro de todo un conjunto resultón, entretenido y simpático, pero que adolece de un ritmo bastante desigual a lo largo de la proyección y nos hace desear que la tijera hubiera trabajado más en la sala de montaje. Que de la crudeza y subversión del cómic original hayamos pasado a una socarrona y ligera comedia de acción coral ya es tema para otro día.