Que por enésima vez vuelva el muñeco diabólico, y que tras encontrar novia de plástico tenga un hijo de idéntica naturaleza, suena, para que vamos a engañarnos, grotesco. A crematística infumable, a exceso vergonzoso y a la hora del apaga y vámonos.
Pero contra todo pronóstico prematuro, Chucky sí tiene un espacio, su regreso tiene una excusa y La Semilla de Chucky no carece de sus méritos aunque no entre en los estrechos pasillos del cine de crítico ortodoxo. Lejos de ahí, en el mucho más holgado y entretenido mundo del freak en sentido estricto, Chucky es un invitado de honor. Un juguete rebelde a su condición de regalo inocente para niños que se convierte en el centro de una pesadilla que, con el tiempo, ha degenerado/evolucionado en una broma de sí mismo, y que llega a tener su gracia.
Por primera vez como director de su creación (tras ejercer de guionista y creador de las 4 anteriores entregas) Don Mancini se muestra tan correcto asumiendo el mando de la cámara, como encontrando un sitio para la autoparodia. La concepción de un hijo de plástico, desprotegido, asexuado e inocente, víctima de las discusiones padre-madre tanto por definir su sexualidad como su carácter asesino/pacífico, llevan a un ámbito desconocido la problemática del asesinato facilón. En improvisado debate sobre sí mismos, se expresan por primera vez con consciencia de su particularidad, se hacen preguntas sobre su adicción al homicidio y posible reinserción, mientras buscan cuerpos para una hipotética vuelta a la carne y hueso que no está tan clara: Chucky se sabe estrella, y asumiendo el rol con orgullo, no tiene tan claro que quiera dejar de ser lo que es. Se establece así una relación con la realidad exterior en la que posteriormente se ahonda con la participación de Jennifer Tilly interpretándose a sí misma y participando de las desventuras de humor negro para el gozo del aficionado a la sangre fácil.
Lo que deja todo esto de resultado, es un autoanálisis en clave de comedia de suspense, la introducción de un refuerzo más con que desmontar la seriedad gracias al hijo fantoche, y entre cadáveres y mutilaciones, risas manchadas de sangre que acaban por convertir este quinto episodio en un divertimento gamberro para quienes comulguen con su ideario.