La Trampa del Mal termina por verse demasiado superada por las series que en los 80 jugaban con el fantástico.
Con problemas para lograr financiación para la que debería ser su auténtica próxima película, en una situación en que ni tirando de estrellas de renombre como el mismísimo Bruce Willis obtiene apoyos, Shyamalan ha dejado ser tanto garantía de taquilla como esperanza de autoría. Sus virtudes se han ido desdibujando en ambos frentes, de tal forma que su ambición creativa, maltrecha tras constantes demostraciones de falta de sentido común en pulso y mensaje, ha terminado por cansar a un público que contemplaba cómo incluso su extremo cuidado en la realización se venía abajo, sugiriendo quizá que los nervios empezaban a traicionarle.
Lo que queda tras esta involución es que, como un extraño remedo del Steven Spielberg de hace décadas, su firma ha pasado a ilustrar cuentos fantásticos de lo que será una trilogía que cruza temores clásicos y entornos actuales. Y en este, su primer episodio, se limita a ejercer de coautor y recurso promocional exponiendo su firma como recuerdo de los viejos tiempos.
La Trampa del Mal termina por verse demasiado superada por las series que en los 80 jugaban con el fantástico a base de intriga, miedos comunes e historias lo suficientemente abiertas como para no tener que esforzarse en atar cabos. Poco más.
El espacio cerrado, los personajes que van cayendo haciendo crecer proporcionalmente las incógnitas y la impotencia de quienes tratan de salvarles desconcertados son en el fondo tan insustanciales como la voz en off en tono de sermón dominical perezoso. Que sus mayores recursos se basen en cortes de luz dice todo de una producción con demasiados problemas para asustar a los adolescentes que acudan a la sala con la esperanza de magrearse entre sobresaltos.
La simplicidad de su juego, eso sí, mantiene con igual sencillez la atención a un producto que habiendo recuperado su recaudación en el primer fin de semana, al menos asegurará a Shyamalan un agradecido sustento económico. Quizá, tras variadas y reiteradas oportunidades perdidas, nunca vuelva a ponerse tras la cámara en un proyecto de enjundia. Si nos guiamos por La Trampa del Mal, le quedará contentarse con el suspense ligeramente por encima de telefilm mientras recuerda aquellos tiempos en que creía domar los ingobernables caprichos de Hollywood. Bien puede sentirse afortunado: sus modos no parecían los más apropiados para salir del paso rodando videoclips o formatos publicitarios como otros, y ahí afuera es cada vez más complicado ganarse la vida.