Un película técnicamente bien resuelta e interpretada, pero éticamente vergonzosa
Estados Unidos lleva recibiendo cada año desde hace más de un siglo a millones de ciudadanos con la intención de establecerse allí. Es normal que su política proteccionista en este sentido sea una de las más elaboradas del mundo, así como que se destinen cada año millones de dólares y diversas promesas electorales a potenciar y mejorar este sistema. Incluso existe un museo dedicado al asunto en la isla de Ellis, Nueva York, el tradicional lugar donde desembarcaban los inmigrantes para llegar a la tierra prometida bajo la atenta mirada de la Estatua de la Libertad.
Han sido muchas y muy variadas las películas que han tocado el tema de la inmigración y sus consecuencias en el periplo vital de quien incurre en estos viajes. Basta con mencionar un par para dar cuenta del amplio espectro que el asunto abarca: Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002) donde se muestra en clave dramática el crisol de gentes que llegaban y sus retos de supervivencia una vez allí establecidos; y Machete (Robert Rodriguez, 2010) una aproximación en clave de cómic y pulp al fenómeno con héroe inmigrante incluido.
Territorio Prohibido se inscribe en el apartado más progre y sentimentaloide del asunto, dicho todo en su tono más peyorativo, es el signo de los tiempos. Tanto es así, que dudamos que su protagonista no haya sido escrito pensando en George Clooney, prototipo del americano comprometido que en tantas ocasiones ha encarnado este tipo de rol. El papel ha recaído en Harrison Ford, que olvida por una vez su lado cínico e irónico para encarnar un agente de inmigración veterano y solitario con tendencia a solidarizarse con quienes pretenden entrar en el país de un modo honesto, y tremendamente estricto con quienes incumplen las leyes. Una metáfora de la democracia norteamericana, vaya.
Así pues, asistimos a una serie de historias cruzadas que nos muestran las diversas vicisitudes de ciudadanos de distintas nacionalidades que están luchando por conseguir su tarjeta de residencia. Lástima que ninguna de ellas sea muy original ni estén dotadas de la complejidad que el tema requiere: las hay elaboradas, como la del policía envuelto en un crimen familiar; las hay sentimentaloides, como la de la abogada especializada en inmigración que termina adoptando a una niña africana; y las hay directamente vergonzosas, como la muy repetidas de joven actriz que se acuesta con agente de inmigración o la sonrojante de una estudiante deportada por una redacción pro-islámica en su instituto. Todas ellas unidas por el nexo común de mostrar los sentimientos de sus protagonistas a flor de piel y el empeño de presentar el sistema y a los funcionarios americanos como una maquinaria perfecta y ejemplarizante que acoge en su seno sólo a los buenos frutos, incluso cuando se equivocan o son engañados.
Territorio Prohibido es un película técnicamente bien resuelta e interpretada, pero éticamente vergonzosa, equiparable en su idea central con la visión de los Estados Unidos y del mundo que han mostrado los peores panfletos del cine de acción de las décadas de los ochenta y noventa. Una cinta que pretende mostrar aquel país como un paraíso de oportunidades lleno de gente noble, justa y valiente en contraposición a los habitantes del resto del planeta, personas sujetas a bajos instintos que terminan saliendo a la menor oportunidad si no son reeducados bajo la atenta tutela de la ley norteamericana. Un país que acoge sólo a quién está dispuesto a admitir esta máxima, olvidando sus orígenes, su cultura y sus ancestros. Un auténtico ejemplo de lo más odioso y vergonzoso del cine y la cultura norteamericana.