Cuando uno se encuentra con una película, o mejor, producción, como La Búsqueda, debería saber perfectamente a qué se enfrenta. Cada uno de sus rasgos son de espectáculo marca de la casa, de rizado de rizo, cámaras mareantes y banda sonora ampulosa para dar épica a cualesquiera aventuras dispuestas como parte del taquillazo. El sello Bruckheimer está presente, y en el reparto hay tantos productores como actores, todos dispuestos a hacer de director y guionistas una parte más de sus deseos.
Al matrimonio de guionistas Cormac y Marianne Wibberly, la cosa no les pillará de nuevas, puesto que su primera película importante fue la protagonizada por Arnold Scharzenegger, ya en plena decadencia, El Sexto día. Un déja vù de tiempos mejores para el austriaco entonces todavía actor, con ecos de Desafío Total y en la que como autores evidenciaban sus intenciones de cara al cine de acción-espectáculo.
Ahora, dirigido su texto -o lo que haya quedado suyo tras reunión de producción- por Jon Turteltaub (The Kid, Instinct, la Phenomenon de John Travolta y la comedia romántica Mientras Dormías) la acción surge de cada pequeña excusa encontrada para llevarnos a un thriller de destrozos y tiroteos, y esas excusas son varias a propósito de una búsqueda de un tesoro que, ni más ni menos, es el más grande de todos los tiempos.
Cosas vistas en aquellos tiempos de Indiana Jones (de la que el equipo de la cinta ni quiere oír hablar, dichosas comparaciones) o los entrañables Goonies -¿se rodará alguna vez esa rumoreada continuación?- aparecen aquí entre enigmas y más enigmas, algunos llevados con eficacia, otros con incomprensión, y probablemente casi todos sin los mínimos de lógica exigibles. Pero esta no es una cinta para reflexionar sobre nada, no importa si hay una verdadera base científica o si lo que sucede está bien inserto en un guión en el que todo va a un final claramente marcado y por ello, lo que sucede, sucede para ese final. En una proyección dirigida tan claramente a las emociones de persecución o de resolución de misterio, basta con ver a Nicolas Cage elucubrar la forma de encontrar una solución para resolver un misterio. Poco importa si tiene sentido lo que argumenta si la banda sonora anuncia emociones de éxito, duda, o amago de fracaso. Bastante es que a la familia de su personaje, marcada por la historia del tesoro, se le haya conseguido dar alguna emotividad en su pasión por el encuentro del mismo, y que se haya recogido una mínima base histórica, la de la realidad de los masones como herederos del orden de los templarios y las fortunas que amasaron. Aunque luego se haya querido impregnar de toda la historia patriótica americana (Cage se llama Benjamín Franklin Gates...) haciendo de la declaración de independencia americana una parte importante de todo el puzzle.
Lo que más falla en La búsqueda es lo que no falla, lo anunciadamente bien hecho de la superproducción que no quiso mirar ni de reojo a algo de autoría. Posiblemente la experiencia de Turteltaub haya ayudado a dar algo de personalidad a varios sujetos que en este tipo de andaduras muchas veces quedan sin perfilar. Vista sin otros ánimos que los de pasar un rato de aventuras dejando de cuestionar su racionalidad, podría decirse que son dos horas de cargada acción de impecable factura. O digámoslo de otra forma, dos horas Bruckheimer. Quien busque eso en La búsqueda –valga la redundancia– tiene tantas posibilidades de éxito como sus protagonistas.