Sólo lamentar la lentitud y cierta ingenuidad en el arranque de la trama.
Las especiales características de Argentina hacen que una película originaria de este país siempre tenga un plus de interés sobre otra de cualquier nacionalidad. Su riqueza verbal y lo convulso de una sociedad que bascula entre periodos de gran apogeo y otros de enorme decadencia económica con apenas un lustro de diferencia, ofrecen un tejido social idóneo sobre el que relatar acerca de la fragilidad de las esencias humanas. Desde Nueve Reinas (Fabián Bielinsky, 2000) hasta las más recientes El Secreto de sus Ojos (Juan José Campanella, 2009) o Carancho (Pablo Trapero, 2010), son muchas las cintas donde sus personajes están involucrados en tramas donde la justicia, la honestidad y la ambición determinan la tesitura del relato, que casi siempre han encontrado en el rostro del actor Ricardo Darín una clave de representación.
Sin Retorno no se sale de esta partitura y por eso es una película tan interesante como las anteriormente mencionadas. Además, cuenta con el aliciente de ser el estreno de su director y guionista Miguel Cohan, un joven asistente de dirección que debuta siguiendo la estela y el ejemplo del cine donde ha trabajado, casi siempre a las órdenes de Marcelo Piñeyro (Plata Quemada, Kamchatka, El Método).
Sin Retorno explica con acierto un caso en el que se pone en juego una de las esencias humanas: la necesidad de justicia. Tras un accidente de tráfico, un joven fallece y los autores del hecho consiguen eludir el caso imputando a otro conductor. Este termina en la cárcel al no poder demostrar su inocencia y esa circunstancia le cambia la vida. A la salida, no busca otra cosa que reivindicar su falta de culpabilidad y el daño irreparable que le han causado ante quiénes lo encarcelaron.
Aunque así formulada la trama de Sin Retorno pueda parecerse a la del clásico El Cabo del Terror (J. Lee Thompson, 1962), la cinta escrita por Miguel y Ana Cohan evita la peripecia violenta de sus personajes para centrarse en el dilema moral que sobrevuela sobre todos ellos: la del padre del fallecido que busca reivindicar ciegamente la muerte de su hijo, la de los padres y el autor del crimen que eluden su responsabilidad moral en pos de no malograr su situación social... incluso la del liquidador de la compañía de seguros y los abogados y jueces implicados, que prefieren resolver el caso de una manera sencilla antes que atenerse a la verdad en una investigación más larga y profunda.
De este modo, Sin Retorno puede leerse como una acusación a los mecanismos burocráticos establecidos para casi siempre perjudicar a los débiles, así como de la facilidad con los que sus responsables pueden lavarse las manos al dar respuesta a otras necesidades que no son la estricta ejecución de la justicia bajo las pruebas de la verdad, en este caso, la presión ejercida por los medios de comunicación.
Miguel Cohan ha dispuesto para este su primer ambicioso proyecto con un excelente reparto que cuenta con algunas de las caras más conocidas del cine argentino: desde el veterano y eficaz Federico Luppi, hasta los consagrados Luis Machín, Arturo Goetz, Ana Celentano o la española Bárbara Goeneaga (con un sorprendente acento argentino), hasta un excelente Leonardo Sbaraglia que compone un personaje expuesto a un cambio de personalidad tras su paso por la cárcel que afronta sin estridencias y con brillantez.
Sólo lamentar la lentitud y cierta ingenuidad en el arranque de la trama y la demora en la descripción de los personajes al comienzo de la cinta, donde se ofrecen detalles de su vida que carecen de relevancia para el resto del relato. Circunstancias narrativas mejorables que se ven compensadas por el aumento de interés de la historia conforme va pasando el metraje.