Su indudable e inexplicable atractivo para las mujeres, va parejo a sus habilidades para salvar el mundo. Un eterno antagonista pelón, rodeado de estrafalarios compinches tan grotescos como delirantes, constituye su principal quebradero de cabeza. Para aligerar sus aventuras en tono setentero, el contraste de bellas y exuberantes mujeres rendidas a sus encantos, y una de ellas siempre alzándose entre las demás para convertirse en infatigable compañera de aventuras.
En esta ocasión, Michael Caine se une a un repertorio de figuras cinéfilas que, si bien las demás se limitan al mero cameo, demuestran el arraigo que ha conseguido el personaje en su particular parodia del estirado y cada día más cargante señor Bond. Esta es la manera americana de hacer la burla torrentina. En algunos puntos con similar grado soez escatológico, por lo general nadando en medios y producción.
Volviendo a Caine, su aparición como figura paterna del agente secreto, nos permite ahondar en un pasado intrascendente pero igual de utilizable para la tonteria. Con su permanente condensación, una elevación al cubo de la fórmula creada y que en la versión española hace inevitable el doblaje castizo de Florentino Fernandez, es imposible que antes o después robe risas al más reticente. Si no lo hace alguna broma fácil, alguna tremendamente cochina, lo hará Miniyó, con sus rasgos de simpático monstruito, o el Gordo-cabrón, en momento oportuno para dejar de comer palomitas.
Más Austin Powers, más bien hecha. Y sigue el taquillazo por medio mundo.