Subproducto que habría sido realizado con mucha más habilidad en la serie B de hace décadas.
Hace casi un año, escribiendo sobre Más allá del Tiempo, explicábamos cómo una cinta de ciencia ficción puede llegar a tener sentido por marcianas que resulten sus bases. En aquella ocasión, la historia protagonizada por Eric Bana no podía ser más absurda atendiendo su sinopsis: un tipo se desintegra regularmente en un momento temporal para aparecer en otro. Entre viajes sin Delorean, acaba conociendo a una mujer en distintos momentos de su vida: ella de niña, de adolescente, mujer y madre de su hija; él igualmente se relaciona con ella desde su etapa de estudiante hasta la de hombre maduro. La solidez dentro de su inconcebible planteamiento y las posibilidades perfectamente explotadas a la hora de explorar las distintas formas de ver a la persona amada, justificaban perfectamente a un producto al que es fácil recordar con cariño.
Destino Oculto comparte con aquella la base de un planteamiento sci-fi centrado en el romanticismo, pero con unas líneas maestras que podían dar mucho más juego como son un determinismo relacionado con poderes en la sombra, o los pequeños cambios que alteran para siempre una vida. Solo que aquí acaba estampándose contra la credibilidad apenas transcurridos 20 minutos.
Tiene mucho que ver en el estropicio que George Nolfi, con una experiencia al guión basada en productos como Time Line, Ocean’s Twelve, La Sombra de la sospecha o El Mito de Bourne, en su debut en la dirección se muestre tan torpe con la historia como con su materialización. Y así tan pronto le falta carisma y química con que aderezar el supuesto romanticismo exaltado de sus protagonistas (uno de tantos frentes que se le escurre entre los dedos) como sentido común para apreciar el ridículo creciente con un desenlace más propio de los peores momentos ya superados de las adaptaciones baratas de cómic.
Alguien como Nolfi, que ha basado su carrera en discurrir tramas y elaborar sus argumentos, debería saber a estas alturas que por más que parte de la audiencia se despiste con ligeros movimientos de cámara, no puede armar historias asombrosas para luego ir modulándolas de forma tan caprichosa para dar tensión o posibilidades al reto del protagonista según lo que quede de metraje. Aunque a esos desatinos que debería haber controlado se le suman cosas que no acompañan y terminan por reventar la paraeta: Emily Blunt confesó durante la promoción de Destino Oculto que durante el rodaje no quería besar a Matt Damon por ser amiga de su mujer. Habría estado bien suplirlo con actuación, pero al parecer nadie por allí sugirió la idea. Su ‘aportación’ contribuye a hundir en la mediocridad a este subproducto que habría sido realizado con mucha más habilidad en la serie B de hace décadas (o en Cuentos Asombrosos de Spielberg, o en algún relato corto de Hitchcock…). Antes Damon no decepcionaba al elegir sus papeles.