Contar con un reparto plagado de estrellas, no sólo no es una garantía, si no que en ocasiones parece hasta un obstáculo. Es como reconocer que si ya tienes un poderoso reclamo, no necesitas más, el público tiene asegurada la entrada, y el objetivo personal de muchos de ver a uno u a otro actor –o a varios de ellos juntos–, les guía hasta la sala sin hacerse muchas preguntas más. Pero contando con Steven Soderbergh, se puede presumir también que sus aspiraciones personales van más allá de hacer recuento de taquilla antes de mirar su cuenta corriente. El rumor que acompaña a esta cinta sobre su hastío cinéfilo, su saturación tras esta continuación, debería ser algo pasajero o amplificado para acompañar la repercusión del estreno, pues su forma de hacer cine sigue teniendo elementos de clara frescura, y su forma de rodar es fiel a su estilo y al de varias de sus cintas anteriores.
Con una idea interesante para proseguir con la mega-banda de ladrones, algo recomendable para eludir la saturación de cintas de robo con pandilla tipo ‘equipo-A’ que lo puede todo, coloca a los personajes del equipo amedrentados por su anterior víctima, interpretada por un Andy García extremadamente vengativo. Así se ven forzados a robar para devolver lo robado, y con intereses. Con semejante excusa inician un periplo europeo en que los cambios de ciudad y los giros inesperados son la tónica habitual a lo largo de todo el metraje. El perfilado de cada uno de los ladrones y acompañantes, sus toques de humor que permiten incluso ahondar en guiños al espectador de forma atípica, y esa aparente sensación de descontrol de quienes antes aparecían como experimentados y minuciosos, es lo que evita la redundancia sobre la primera entrega. Soderbergh, fiel a su descripción de la película como “el episodio más caro de una serie de televisión de los años 60” no sólo impone su estilo, si no que desdramatiza y se toma con buen humor el uso del fenómeno que llegó a ser Ocean’s Eleven. No es de extrañar que semejante plantel de divas fuera capaz de coordinarse para repetir experiencia –con el aditivo de Catherine Zeta Jones, que sigue con su trayectoria de hacerse con mejores papeles de los que parece merecer– de tal forma que fuera posible filmar esta continuación en sólo 77 días en un malabarismo de reajuste de agendas. Cuando algunos creen haber encontrado a un maestro, son capaces de dejar sus caprichos en segundo plano. El resultado para el público será bastante más que la mera unión de sus reclamos, y sin cargar la idea inicial.