Sin tratarse de una buena película, "Torrente 4" sí puede considerarse la mejor entrega de la serie después de la cinta original, "El brazo tonto de la ley" (1998).
Los críticos asistentes en masa al pase de prensa de Torrente 4 estallaron en aplausos cuando, como colofón a los títulos de crédito finales de la película, una nota jocosa nos anunció que Torrente 5 verá la luz en 2017.
Quien esto escribe sintió melancolía. Es posible y hasta probable que Santiago Segura produzca, escriba, dirija y protagonice más desventuras del caricaturesco ex–agente de la ley. Al fin y al cabo, Torrente es la creación de su vida. Y si Clint Eastwood pudo interpretar a Harry el Sucio hasta edades provectas e incluso reflexionar sobre el personaje en Gran Torino, ¿por qué no podría Segura hacer lo mismo?
Pero Torrente 4 transmite una sensación de final de ciclo. Y no porque la fórmula cómica esté agotada: la censora corrección política imperante hace que siga funcionando, pese a su cansina reiteración, el humor alucinantemente brutal, zafio y sórdido que caracteriza la saga, subrayado esta vez con ingenio puntual por las tres dimensiones.
Tampoco porque la historia que se nos cuenta se limite a insistir en las facetas archiconocidas de Torrente, su idiosincrasia y su contraste con el entorno. Cierto que su presente peripecia se estructura como simple sucesión mecánica de historietas cortas ubicadas en una fiesta, la marginalidad madrileña, la prisión y un centro comercial; episodios con desenlaces tan catastróficos, y a la vez tan inocuos y estancos, como los que conforman un álbum de Mortadelo y Filemón o Anacleto, agente secreto.
Sin embargo, en Torrente 4 los continuos cameos están mejor imbricados en las viñetas que en Torrente 2: Misión en Marbella (2001) y Torrente 3: El Protector (2005). Y abundan voluntariosos guiños cinéfilos a Blake Edwards, los hermanos Marx, La gran evasión, la trilogía Agárralo como puedas, Cadena perpetua, los subproductos ochenteros de la Cannon… Sin tratarse de una buena película, Torrente 4 sí puede considerarse la mejor entrega de la serie después de la cinta original, Torrente, el brazo tonto de la ley (1998).
No por casualidad, Lethal Crisis comparte con aquella la preferencia por el sainete antes que por las quimeras del oro. Y si hablamos de final de ciclo se debe precisamente a que la devolución de Torrente a su hábitat natural, la picaresca y el lumpen, tras aventuras varias entre poderosos, da cuenta de la trayectoria circular de todo un país, España, en los últimos tres lustros.
La invención de Segura tiene muy poco que decirnos como cine, pero mucho como espejo sociológico: El brazo tonto de la ley se estrenó coincidiendo con el primer mandato de José María Aznar y el inicio de una ola de prosperidad económica inédita en España, ante la que Torrente ejerció como incómodo recordatorio de que en el fondo seguíamos siendo aquellos. Misión en Marbella y El Protector fabularon a la perfección la absoluta falta de escrúpulos, elegancia, medida e inteligencia que han marcado el espejismo de nuestra riqueza…
Y Lethal Crisis nos devuelve el reflejo deformado de lo que hemos vuelto a ser, de lo que hemos sido siempre: un país arruinado, casposo, hortera, vano, lleno de trileros. Si en Torrente 2 y 3 el protagonista quedaba oscurecido por el falso relumbrón de la televisión basura, los famosillos, lo financiero y lo especulativo, en Torrente 4 los unos y los otros son arrastrados al fango del universo Torrente, deviniendo figurantes de la corte de los milagros. Donde no desentonan en absoluto. Donde dan la verdadera medida de lo que valían.
Solo por esa intuición, o malevolencia programática, planteada por Segura, merece la pena ver Torrente 4: Lethal Crisis (Crisis Letal). Una película terminal, también en el sentido más sugerente de la palabra.