Decir que la cinta que ha rodado Richard J. Lewis es perfecta es incluso poco.
Barney Panofsky es un productor de televisión de baja estofa pero con el suficiente olfato en su oficio como para vivir holgadamente sin preocuparse por su trabajo ni por la calidad de sus productos. Su mayor éxito es una serie infame que lleva varios años en antena que explota la tensión sexual entre personajes inverosímiles... suena de algo, ¿verdad? Pero lo interesante de Barney no es su trabajo, sino su vida.
Ya en su vejez, Barney (Paul Giamatti) ve como un libro publicado por un ex-detective (Mark Addy) de la policía deja en entredicho su inocencia al respecto de la desaparición de Boggie (Scott Speedman), su mejor amigo de la juventud. Comienza en ese momento un flashback que será la forma en el que el espectador conocerá la vida de Barney desde joven, cuando ya mostraba olfato para los negocios en su grupo de amigos diletantes.
La vida de Barney está muy marcada por las mujeres: la primera, una joven y guapa aspirante a todo a la que deja embarazada; la segunda una rica y simplona hija única de una familia bien judía; la tercera, Miriam Grant (Rosemund Pike), el amor de su vida.
El interés de conocer la vida de Barney es precisamente que su vida no es diferente de la de muchos otros. Barney no tiene muchas virtudes: es bebedor, inteligente, descuidado, no muy atractivo y casi siempre va a lo suyo sin pensar demasiado en los demás, excepto cuando la situación es extrema y puede perder algo que ha conseguido, por ejemplo, la compañía de Miriam, a la que persiguió durante años tras conocerla el mismo día de su segunda boda.
Sin duda, el título original de novela y película hará mayor honor a su contenido que el castellano, porque lo que tenemos la suerte de ver en pantalla es precisamente eso, la versión de Barney sobre esta aventura a la que llamamos vida: asomarnos a sus miedos, a sus placeres, a sus inseguridades y a sus intereses. Barney no cree en nada ni en nadie, sólo defiende a su padre (Dustin Hoffman) en el que se ve reflejado y a Miriam, una mujer con un extraordinario sentido de la franqueza.
Barney, como buen productor, sabe que la realidad es falsa, que todos somos unos impostores y actuará a lo largo de su vida como lo hace en el trabajo, sosteniendo o luchando contra esas tiernas imposturas que los que tiene a su alrededor se han forjado para sobrevivir, porque Barney conoce la trastienda del mundo, el estercolero de donde vienen nuestros verdaderos intereses y ambiciones.
Decir que la cinta que ha rodado Richard J. Lewis es perfecta es incluso poco. No hay nada que objetar al guión de Michael Konyves ni a su puesta en escena por parte de este veterano realizador televisivo que consumen casi 140 minutos de nuestro tiempo en un suspiro. Hablar de la grandeza de Paul Giamatti como actor o de la habilidad para la comedia de Dustin Hoffman sería caer en un tópico, así que nos quedaremos con la celebración de ver una nueva película en la que Rosemund Pike crece como actriz de un modo soberbio.