Nueve guionistas han sido necesarios para llevar a buen puerto esta propuesta.
No es ningún secreto que la gran industria del cine se encuentra actualmente en una crisis de ideas que se subsana con la creación de largas sagas, secuelas y precuelas, relanzamientos, adaptaciones por doquier de cualquier objeto narrativo con posibilidades de éxito y de refritos más o menos elaborados. Con este panorama, la mezcla de elementos insólitos adquiere una nueva dimensión con el estreno animado de Gnomeo y Julieta. Viendo su cartel promocional, uno se espera todo menos una reinvención absoluta de la obra inmortal de William Shakespeare.
En esta adaptación, la coctelera del celuloide se atreve con la fusión de la historia del dramaturgo inglés con Elton John, con una animación directamente deudora de Toy Story, con las formas de un musical y con una comunidad de gnomos como protagonistas de la función, ¿alguien podría dar mas? O aún mejor, ¿alguien se puede imaginar el resultado? No en vano, los créditos dan fe de que nueve guionistas han sido necesarios para llevar a buen puerto esta radical propuesta.
Lo cierto es que si no se hubiera hecho mención explícita al celebérrimo texto en el que se basa, pocos hablarían de Gnomeo y Julieta como una actualización digital de aquel, aunque mantenga las mismas líneas argumentales de una forma cercana a lo tangencial. Tanta mente pensante unida para tan bella causa debía servir de algo, y así ha sido.
El verdadero logro del filme es trasladar la tradicional trama de amores condenados por las rencillas del pasado entre dos familias en una divertida, sincopada y tierna construcción de personajes entrañables y autorreferencias que juegan a favor del producto (incluyendo aparición especial del propio autor original). Si bien la mezcolanza de elementos no deja circular la propia esencia del filme, éste funciona bien si lo que uno espera es un entretenimiento sano.
El esfuerzo sesudo del equipo de guionistas consigue que el patio infantil empatice con una animación kitsch y multicolor, plagada de pasajes inspirados, mientras que el adulto espectador tiene la tarea de ir descifrando una simpática colección de alusiones. Si además asiste a este guasón festín en su versión original, la antología de voces que aparecen es apabullante. Y luego están las canciones míticas de Elton John que intentan alcanzar la adecuación al tratamiento narrativo de la cinta. Si lo consiguen o no, lo dejaremos a juicio del respetable, aunque más de un aficionado al compositor y cantante estará maldiciendo la banda sonora.
Cierto es que se trata de un producto plano. También su escasa hora y cuarto de metraje, síntoma de que la cosa no daba para más aunque parta de tan suculento material. Todo queda, pues, en un mero embrollo referencial de tiempos y tendencias que complacerá a quien se halle dispuesto a entrar en un ornamentado jardín de las maravillas, con un toque de imaginación e hilaridad. Y por supuesto, un happy ending.