Superado el ecuador de la cinta los lugares comunes que se habían logrado evitar acaban por aparecer.
Cuando en un género o subgénero cinematográfico concreto una película deja el listón tan alto que se antoja imposible superarlo algún día, es inevitable que los sucesivos intentos de moverse en ese mismo terreno acaben dando frutos bastante pobres en comparación. En el caso de los filmes de exorcismos, William Friedkin ya firmó en 1973 la película básica para entender este tipo de historias –El exorcista, por supuesto–, y a partir de ahí quienes han intentado competir con ella directamente –dejaremos aparte títulos reseñables como El exorcismo de Emily Rose (Scott Derrickson, 2005)– han salido mal parados, pergeñando cintas modestas y fácilmente olvidables, cuando no cayendo irremediablemente en las fauces de la serie B.
Inspirada en hechos reales, El rito nos cuenta la historia de un joven seminarista que, enfrentado a sus acuciantes dudas de fe, intenta dar con pruebas de la existencia de Dios o del demonio antes de decidir si sigue adelante o renuncia a una carrera eclesiástica. En pleno proceso de búsqueda, conocerá en Roma a un veterano sacerdote que le iniciará en sus poco ortodoxos métodos para liberar a personas que aparentemente han sido poseídas por algún ser diabólico.
Pese a los intentos del tráiler por engañarnos, esta realización de Mikael Hafström –ya tras las cámaras en las efectistas Sin control o 1408– se niega en principio a competir en la misma liga del emblemático título antes mencionado, centrando la narración en el drama de las vacilaciones existenciales del protagonista. El sueco rueda con oficio y sin abusar de efectos o sobresaltos, dejando que primen unos diálogos medianamente conseguidos, unas interpretaciones solventes –Anthony Hopkins bascula entre la contención y la alargada sombra de Hannibal Lecter– y unos ambientes bastante logrados: tanto las oscuras escenas en interiores como los exteriores en la capital italiana están al servicio de una historia simple pero que parece caminar en la dirección correcta.
Sin embargo, superado el ecuador de la cinta los lugares comunes que se habían logrado evitar acaban por aparecer, y ahí El rito se torna demasiado endeble, dejando unas escenas finales exageradas que hacen mella en lo que había venido siendo una película discreta pero visible. Además, a esas alturas caemos en la cuenta de la excesiva longitud de un relato donde la lentitud y el tedio se hacen más evidentes (la falta de tensión o de sustos apenas se suple con nada más), y cuyos paralelismos con El exorcista (siendo la más obvia la de la pareja de sacerdotes de distintas edades) podrían indignar a más de un espectador que esperara algo más original e impactante. Lástima, por tanto, que solo estemos ante un título más del montón, que pasará sin pena ni gloria por la cartelera antes de que lo olvidemos.