Se repite con bastante frecuencia que el trailer de una película promete más de lo que finalmente nos ofrece. En esta tesitura se encuentra El puente de San Luis Rey, pretenciosa producción que apuesta por un elenco internacional inmejorable amén de una impecable factura que ya quisieran algunos de nuestros directores más prestigiosos.
Francia, Inglaterra y España, a través de la productora Kanzaman, son los países inversores que participan en el intento de pararle los pies a la inmensa industria norteamericana que arrasa en los cines de toda Europa. Por esa razón se optó por reunir para la ocasión a un reparto de campanillas- Robert de Niro, Harvey Keitel, Kathy Bates, Gabriel Byrne son... qué duda cabe, un fantástico reclamo- que diera vida y prestigio a una famosa novela de Thornton Wilder ya llevada al cine con anterioridad.
Teniendo en cuenta la cantidad de elementos a favor con los que contaba, nadie diría que podría hacer aguas por todas partes... y no saben de qué manera.
En primer lugar, es difícil averiguar qué hace tanto intérprete de relumbrón en una historia que, narrativamente hablando, no tiene ni pies ni cabeza y carece del más mínimo interés. Se nos promete una investigación llevada a cabo por el fraile Junipero (aquí el sosete Gabriel Byrne) sobre la sospechosa caída de un puente andino en 1740 acarreando con ello la muerte de cinco personas. Con esta premisa se intenta desgranar las similitudes entre los fallecidos, pero de ahí a lo que se proyecta finalmente en la pantalla hay un abismo, y entre medio...sopor, infinito sopor.
Viendo el resultado, la pregunta es obligada: ¿Qué le ha ocurrido a la directora Mary Mcguckan para que desperdicie de esa forma semejante talento y presupuesto? Lo más probable es que el férreo control de la envoltura externa -tiene un punto a su favor en el diseño de producción y una cuidada dirección de fotografía gracias al genio Aguirresarobe- le haya hecho descuidar el resto. Es cierto que los actores brillan con luz propia –nuestra querida Pilar López de Ayala cumple a la perfección con su cometido- pero a estas alturas no parece que haga mucha falta que a grandes mitos como de Niro o Keitel les dirija nadie.
La conclusión que se extrae es que la artífice de este tostón ha convertido la novela de Wilder en imagen de manera mecánica, lejos de plantearse el relato desde el punto de vista cinematográfico, acogiéndose a un tono demasiado literal.
Aquí, una servidora confiesa que no ha leído la obra de Thornton Wolder, pero queda casi segura de que la máxima se cumple...la literatura supera con creces la recreación cinematográfica.