La efectividad de "Invasión a la Tierra" en el registro de hazañas bélicas y patrioteras es indudable, procurando un entretenimiento frenético, casi siempre absorbente.
En una escena clave de esta agotadora batalla de dos horas, que enfrenta en las calles de Los Ángeles a un pelotón de marines con una invasión alienígena desencadenada contra las ciudades costeras de la Tierra, el inexperto teniente Martínez (Ramón Rodríguez) acusa al veterano sargento Michael Nantz (Aaron Eckhart) de planear acciones "a lo John Wayne" que ponen en peligro a sus compañeros y los civiles a su cargo. Pero Nantz sale con bien de la escaramuza que había ideado, y es recibido por sus camaradas entre vítores, como si fuera en efecto John Wayne redivivo.
En ese momento, Invasión a la Tierra descubre las cartas que solo habíamos entrevisto hasta entonces y ya no abandonarán el primer plano del relato: nos hallamos menos ante una película de ciencia-ficción que ante una de hazañas bélicas. La sombra de Wayne y, más en concreto, de una película que no solo protagonizó sino también dirigió el mítico actor, Boinas verdes (1968), planea sobre Invasión a la Tierra, como subraya el alistamiento simbólico de un chiquillo; vietnamita en el caso de Boinas verdes, hispano en el de Invasión a la Tierra.
El cine de guerra estadounidense no ha solido caracterizarse por poner rostro a los enemigos del Imperio. Pero mientras el grueso del Hollywood clásico —del que Boinas verdes es ejemplo postrero— planteó ese hueco representativo como una oportunidad para la afirmación patriótica, títulos como El cazador (1978), Apocalypse Now (1979), Platoon (1986), Black Hawk Derribado (2001) y En tierra hostil (2008) han apuntalado la idea de que esa tierra de nadie era en realidad una trampa, en la que el héroe ha dejado progresivamente en evidencia su lucha consigo mismo, su incapacidad para escapar a una cultura militarista cuyos adversarios transmiten cada vez una impresión menos realista de amenaza.
Como heredero espiritual de Wayne, es sintomático que el sargento Nantz de Invasión a la Tierra esté a punto de dejar con cierta consternación el servicio activo, y que la agresión extraterrestre le permita volver una y otra vez al campo de batalla y arengar a sus subordinados y conciudadanos. Si Boinas verdes retaba a los espectadores contraculturales del 68, opuestos a la Guerra de Vietnam, con el eslogan "Así que no crees en la gloria, y los héroes están pasados de moda [...] Presta atención a las fuerzas especiales, inmersos en una clase especial de infierno", Invasión a la Tierra ejerce sin apenas disimulo como propaganda de reclutamiento con vistas a alimentar el complejo militar-industrial de la superpotencia; en especial, y como ya hemos mencionado, de cara a la comunidad hispana, cuyos jóvenes parecen no estar respondiendo con el suficiente entusiasmo estadístico a la llamada de las armas.
Es natural, por tanto, que Invasión a la Tierra, aparte beber de infinitas películas previas, adopte las maneras formales de videojuegos atractivos para la muchachada como Call of Duty, Gears of War y Battlefield: estructura en misiones, la cámara como un soldado más que solo distingue al enemigo a través de la mira de un fusil, personajes no tanto unidimensionales como funcionales en un modo cooperativo... La efectividad del producto en ese registro es indudable, procurando un entretenimiento frenético, casi siempre absorbente, por mucho que su magistral trailer sugiriese una mayor complejidad en todos los aspectos.
Y son destacables las cualidades camaleónicas tanto del director Jonathan Liebesman, que no ha repetido hasta la fecha registro (En la oscuridad, La matanza de Texas: El origen, The killing room, la futura Wrath of the Titans), como del guionista Christopher Bertolini, al que nadie hubiera imaginado capaz de escribir un panfleto como este después de su labor en La hija del general (1999), que no fue precisamente plato de gusto para el estamento castrense.