Todavía inconscientes de la pérdida, el abandono de Aronosfky a la secuela de Lobezno ha dejado a los cinéfilos en general, y a los fans del personaje en particular, sin una de las adaptaciones más prometedoras que daba un motivo de esperanza en cuanto al redescubrimiento del X-Men. En breve se confirmará quién toma el relevo de la dirección (si bien ya se nombra a David Slade como candidato), algo que en el mejor de los casos dará con una cinta digna y entretenida, incapaz de alcanzar esas capas más profundas a las que sólo llegan unos pocos directores.
La esperanza, no obstante, sí se mantiene para otro proyecto relacionado con el cómic. Uno en que curiosamene se manejaban nombres como Tony Scott, Jonathan Liebesman o Matt Reeves. Pero Christopher Nolan, el único que hasta el momento ha logrado lo que antes describíamos gracias a sus versiones de Batman, nombrado por la Warner para elegir al candidato a dirigir Superman, optó por Zack Snyder.
Habrá quien considere a Snyder un candidato ideal para hacer una producción vistosa y llamativa a mayor gloria de un personaje archiconocido y con el que todo llama a hacerlo a lo grande, “super”, con taquillas garantizadas y que por tanto no precisa mucho más que un funcional director de orquesta. Obras como Sucker Punch deberían desafiar esa creencia, por más que en lugar de eso para ese mismo sector no hacen sino confirmar lo antes dicho.
Con este su último estreno, estamos ante un asombroso derroche de talento que en lugar de ser admirado y estudiado en profundidad será confundido por muchos que verán en él a uno más de los Michael Bay, Tony Scott, Stephen Sommers o cualquier marioneta Bruckheimer, cuando con sus sobrados recursos y excesos -que cierto es llegan a avasallar por más que sea intencionadamente-, hay un autor que simplemente usa sus propios medios y lenguaje.
Su pastiche funciona a pleno rendimiento con todos los elementos orquestados al unísono. Desde los cambios en el framerate, los movimientos de cámara, la alteración en la estructura temporal de la cinta o el relato en varios planos de ficción, todo responde a la misma lógica. Una lógica a la que se suma –o que resume– una banda sonora con covers y canciones que no hace sino eso mismo: coger elementos ya inventados y reposicionarlos con un sentido del gusto único y una nitidez absoluta.
La misma nitidez con que Snyder había recreado los combates de 300 en unos enfrentamientos que habitualmente los directores antes nombrados resuelven atropellando planos -muchos de ellos confusos-, y en que han de aferrarse únicamente a aquello que parece estar pasando. Él, entre tanto, lo disecciona todo como si su cabeza fuera una sala de producción avanzada; ve y muestra las cosas como sólo puede hacer un privilegiado, por más que no siempre se sepan valorar los matices.
Fruto de su naturaleza, de lo faraónico de la receta, del marketing que acompaña a Sucker Punch, sería fácil confundir la función de engranaje o autor de Snyder. Tanto da si los frescos de la capilla se hicieron por encargo o porque el autor se coló en busca de un lienzo privilegiado. No puede confundirse el papel de la historia, el margen de maniobra, con el despliegue de personalidad que uno realiza en el campo concreto que se le ha concedido. Consideramos a David Lynch autor por esconder una historia que probablemente no exista tras imágenes oníricas e inquietantes. Lo es sin duda Woody Allen, quien pone la historia en un segundo lugar siendo un mero instrumento para reflejar sus obsesiones y genuino sentido del humor. Contra lo que superficialmente pueda parecer, pese a esa aparente oquedad que desprende esta Sucker Punch para relatar de forma enloquecida los intentos de fuga de las internas de un frenopático, Snyder sí construye una trama completa, y lo hace con tal habilidad que lo convierte en un referente único en cuanto a estética, ritmo y coreografías medidas, en que todos los que antes han practicado ideas similares quedan como meros aspirantes y, en gran parte de los casos, a años luz de éste.
Sería fácil concluir que afirmaciones como estas se hacen por algún tipo de pasión desmedida ante la película que describimos. En realidad hay motivos para pensar que su Superman puede ser algo especial (por mucho que Bryan Singer llegara con buena imagen en su momento para esa misma función y se ahogara entre exigencias de respetar al producto) y que Snyder pasa a ser un director referencia, pero estas afirmaciones no las hace alguien que considere que Sucker Punch es su película de cabecera ni una de las que más le han hecho disfrutar en los últimos años (ni tan siquiera meses): lejos de eso incluso quien escribe estas líneas se aburrió en varios de sus tramos o se hastió con su popurrí al que llega a faltarle esencia entre acumulación. Pero contemplar la brillantez de su fórmula y cómo con tanta parafernalia uno acaba intuyendo la oscuridad de lo que hay bajo la alfombra de los ojos de Snyder en Sucker Punch, es uno de los mayores hallazgos que uno recuerda haber presenciado en el cine. Y las cosas que merecen un reconocimiento, no tienen por qué gustar necesariamente. Ni precisan tener estética de obra de autor o de gestor de bajo presupuesto.