Aja es consciente que no va a reinventar el género sino a construir una suerte de revivalismo bruto, por lo que adopta la postura contraria.
Parece que Alexandre Aja sigue abriéndose camino a pasos agigantados en su particular cruzada por convertirse en uno de los realizadores más vándalos y admirables del Hollywood actual. Su recordada Alta tensión, tramposo filme francés que jugaba al gato y al ratón con espectaculares secuencias, supuso su descubrimiento. Su revisión, que permanece aún como de las mejores de los últimos años, –la de Las colinas tienen ojos, supervisada por su creador original, Wes Craven- fue a su vez su primera huella consagrada en tierras yanquis. Con su voltaje visual se confirmaba con un filme menor aunque con sobrados puntos de interés, Espejos. Ahora vuelve con otro remake de estos que tan en boga están y rodado en efectivo 3D para asegurar la operación. El resultado es esta Piranha 3D, otra de esas piezas que funcionan con un perfecto engranaje de piezas sincronizadas y mordiscos asesinos.
Aja demuestra que no hay mejor conocedor que él de las reglas que sostenían aquel cine descarnado sin demasiadas aspiraciones rodado en los ochenta con vocación de serie B de primera fila. Como perfecto connoisseur de lo que tiene entre manos, lo que hace Aja esta vez es reiterar la agitación de elementos de las obras en las que se inspira para crear una mezcolanza sugerente e irresistiblemente divertida que deja las ambiciones a un lado para alcanzar una sana revisitación del gamberrismo gore ochentero. El realizador conoce al público al que apunta porque probablemente él también se cuente entre el mismo.
Piranha 3D sabe perfectamente lo que es, por lo que se exprime hasta su última gota en ese lago ensangrentado que contempla algunas de las mejores secuencias de este horror-monster flick. Diseñada para satisfacer tanto al hambriento de terror sanguinario como para complacer los ojos de adolescentes con ganas de carne fresca destapada, todos los componentes mostrados en la cinta buscan la autoparodia y la sátira referencial, convirtiéndose en un ejercicio rico y sano que logra mantener el interés durante su metraje.
Por supuesto, se trata de un producto inocuo, salvo por sus abiertas carnicerías, que busca ser la quintaesencia del guilty pleasure. Aja es consciente que no va a reinventar el género sino a construir una suerte de revivalismo bruto, por lo que adopta la postura contraria. Abarrotada de lugares comunes que juegan con las competencias del espectador, y profundamente predecible, sus defectos son lúcidamente buscados por este enfant terrible para seguirlos con suma inteligencia y mala uva. Es por ello que la cinemática propuesta resulta mucho más complaciente que la mayoría de nuevas versiones de célebres piezas trash.
Siguiendo esa autoconciencia de vehículo blando, erotizado y engarzado con los parámetros de un determinado estilo cinéfilo, sus apariciones especiales no podían por menos que contar con algunos de los ilustres nombres de aquella época (Richard Dreyfuss o Christopher Lloyd) y, esta vez, su 3D no defrauda. Peces asesinos y enormes senos en la cara de uno hacen que merezca la pena el pago de la entrada. Todo lo demás es puro esparcimiento cachondo: techno, camisetas mojadas, torsos de infarto, drogas, non-stop party y sexualidades púberes, amén de unas preciosas criaturas que desean devorar tanta carne fresca. Absténganse los intelectuales de pro, esta masacre se reserva a otras audiencias.