La gran virtud de las película de Bier y Jensen es que no toma partido por ninguno de sus personajes, ni por ninguna de sus actitudes.
El cine coreano y el cine danés han sido durante la primera década del siglo XXI dos de las cinematografías más potentes en cuanto a la calidad y aparición de cineastas con personalidad. En el caso danés, la alargada figura de Lars Von Trier y su productora Zentropa (ya afincada también en España) ha lanzado a varios cineastas que no dejan de proponer interesantes cintas manufacturadas con una alta calidad técnica. Una de ellas es Susanne Bier, realizadora que ya ha trascendido el ámbito danés para trabajar en Suecia y Estados Unidos.
Los últimos trabajos de Susanne Bier ya daban muestras de su autoría como cineasta. La magnífica Hermanos (2004), posteriormente revisada por Jim Sheridan en otro film protagonizado por Natalie Portman, Jake Gyllenhal y Tobey Maguire, o la interesante Cosas que perdimos con el fuego (2007) con Benicio del Toro y Halle Berry, plantean asuntos que siguen presentes en el título que nos ocupa: posturas éticas ante sucesos personales, suplantación de roles en la familia y en la sociedad, actitudes que perjudican o benefician como nos perciben los demás...
En este caso, y continuando su colaboración con el excelente guionista Anders Thomas Jensen, el tema indudable de la cinta es la violencia, en concreto la violencia a pequeña escala, la que se da en las comunidades en las que vivimos a diario: la escuela, la familia, el trabajo... La trama se articula en torno a dos historias con cierto paralelismo: la de un médico que soporta la violencia que un cabecilla local ejerce sobre un campamento de refugiados donde presta ayuda; y la de su hijo y un amigo, que pasan de ser víctimas de acoso escolar a ejercer la violencia como venganza por el daño recibido.
La gran virtud de las películas de Bier y Jensen es que no toman partido por ninguno de sus personajes, ni por sus actitudes. Las obras de este tándem se pueden contemplar como un catálogo de reacciones ante ciertos problemas morales que nos acucian a diario, una muestra de sus posturas para combatirlos y las consecuencias y alcance que puede tener cada una de ellas. El visionado de cualquier de los títulos que ambos firman resulta muy gratificante y en este caso se repite el efecto. En un Mundo Mejor bucea exhaustivamente el ánimo (y al ánima) de sus personajes en la tradición analítica de cineastas europeos como Ingmar Bergman, pero sin perder la ambición de entretener y dar espectáculo visual como lo hacen el mencionado Von Trier o el austríaco Michael Haneke, aunque sin llegar a las arriesgadas y brillantes puestas en escena de ambos.
Cada espectador puede sacar una conclusión acerca de la violencia tras ver esta película. La más acertada probablemente sea la de que cierto grado de respuesta agresiva ante amenazas externas puede lograr el efecto deseado, pero el auténtico reto es saber medir con gran exactitud y conciencia qué grado de agresividad hay que aplicar en cada situación para sobrevivir sin ser avasallado. Una utopía si observamos la realidad tras salir del cine.
Hay que mencionar la buena taquilla de esta película siendo danesa, colocándose como segunda en recaudación en su fin de semana de estreno. Incluso la propia directora ha reconocido que su éxito no sería el mismo si se hubiera mantenido su título original tal y como se estrenó en Dinamarca: Venganza. Cuánto bienpensante acude aún al cine al reclamo balsámico de que le cuenten que el mundo podría ser mejor si todos fuésemos unos santos. Pero esta historia cuenta justo lo contrario. Qué chasco para algunos.