Cada plano está cuidadosamente elegido para que la participación del espectador esté en acción continua.
Atender un documental que se anuncia como un recorrido por diversos certámenes cinematográficos del panorama internacional, de entrada, puede resultar sugerente pero no despierta mayor fascinación. Pero claro, saber que el creador de esta propuesta es uno de los mejores documentalistas de los últimos años, además de ser un referente del cine español, da inmediato interés al asunto. Por supuesto, hablamos del último trabajo de José Luís Guerín, Guest.
Estamos ante un texto fílmico que se acerca en contenido y forma a su trabajo de 2001, En construcción. Sin embargo, se aleja de su última experiencia sensorial, En la ciudad de Sylvia, aunque permanece una suerte de poesía en cada instantánea que el cineasta recoge. Porque de eso se trata Guest, de un compendio de personajes, ciudades y sentencias que se acumulan en una mochila de viaje por un universo llamado cine.
Se puede decir de ella que es una sucesión de rostros surgidos de la muchedumbre. Podría considerarse una oda a los desatendidos, un diario que filma a esos personajes invisibles que habitan en aldeas, pueblos y ciudades a quienes nadie presta atención. En esa galería infinita de dramatis personae, encontramos sucesivos charlatanes, predicadores, mujeres que cargan con el peso de la vida o el matrimonio, bebedores, personas que cantan como exorcismo de sus caminos... y así hasta lograr un asombroso crisol multirracial de dos horas que diluye los límites entre realidad y documento ficticio.
Guerín se muestra aquí, quizás más que nunca antes, como científico de sociedades. Presta su mirada a la del espectador y le permite efectuar un análisis de las capas sociales inferiores de este mundo. Guest adquiere así incluso un moldeado de manifiesto, no por querer ejercer de denuncia o por configurar un grito en el silencio, sino por querer proponer un indexado, sin nombres ni apellidos, de rostros ajenos que logran la cercanía absoluta en su comunicación con la cámara.
Es en esta caza de personas donde el realizador construye su particular atlas de geografía humana (o deberíamos decir humanizada), apoyado en un elegante blanco y negro que fabrica las imágenes y en unos ritmos jazzísticos que le prestan cadencia al conjunto. El resto queda en manos de la inspección minuciosa del espectador. Cada plano está cuidadosamente elegido para que su participación esté en acción continua. Guerín sigue demostrando, pues, la deslumbrante capacidad del cine observacional.