Un producto deliberadamente vulgar y excesivo que arranca mal, y que pese a todo consigue ir empeorando.
Acuciado por las deudas originadas por sus caprichosas adquisiciones materiales, Nicolas Cage sigue aceptando todo tipo de proyectos fílmicos, a cuál más descabellado, para tratar de mantener su economía a flote una temporada más. Si bien en el pasado pudimos ver su rostro asociado a películas tan notables –y dispares entre sí– como Arizona baby (Joel Coen), Leaving Las Vegas (Mike Figgis), Adaptation/El ladrón de orquídeas (Spike Jonze) o El señor de la guerra (Andrew Niccol), no es menos cierto que de un tiempo a esta parte el sobrino de Francis Ford Coppola ha visto disminuir de forma alarmante el promedio de calidad de su carrera, siendo buen parte de los títulos donde aparece su rostro una clara llamada a la comedia involuntaria.
Furia ciega quiere entroncar con las cintas grindhouse de los años 70 del siglo pasado, que recientemente tuvieron su momento de homenaje gracias a aquel programa doble ideado por Quentin Tarantino y Robert Rodríguez en Death proof y Planet terror (2007). Para ello, el film que aquí nos ocupa cumple con las señas de identidad del subgénero, presentándonos a un protagonista duro de pelar que trata de recuperar a su nieta, secuestrada por el pérfido dirigente de una secta, todo ello salpicado por un buen número de escenas violentas donde tanto cabe un tiroteo en que las armas se disparan desde posturas inverosímiles, como las persecuciones por carretera más increíbles que uno pueda imaginarse. No faltan las mujeres de curvas generosas ligeritas de ropa, ni ciertos elementos esotéricos que mueven a la risa considerados desde una óptica contemporánea.
Patrick Lussier –tras las cámaras en San Valentín sangriento, y firmante del guión de Jason X– dirige un producto deliberadamente vulgar y excesivo que arranca mal, y que pese a todo consigue ir empeorando según se van sucediendo los rollos de celuloide, aburriendo mortalmente en demasiados pasajes –un inconveniente de que el esquema general de lo que va a pasar sea tan evidente– y ni siquiera siendo capaz de ofrecer una mirada autoparódica como la que apreciábamos en Machete (Robert Rodríguez de nuevo), detalle que hacía subir algún entero a aquella película, aunque no por ello resultara recomendable en absoluto.
Por destacar algunos detalles, decir que la inclusión de elementos sobrenaturales bastante confusos (hacia el desenlace parece que ha quedado todo bien explicado, pero hay demasiadas lagunas) hace que por momentos creamos estar ante una especie de nueva versión de ese Motorista Fantasma superheroico y diabólico que Cage interpretara, y cuya secuela anda preparándose para desdicha de los espectadores que ya sufrieran la original. Para más inri, la sutileza brilla por su ausencia en lo que al tratamiento de este tema se refiere: el protagonista se llama Milton, referencia directa al autor londinense que en el siglo XVII escribiera El paraíso perdido, poema narrativo que habla sobre el Cielo y el Infierno.
Por salvar algo, de entre los villanos de opereta que se usan cabría nombrar a William Fichtner, que logra brillar algo por encima del resto del elenco, y también a la elección de las canciones rockeras que suenan de fondo. Eso sí, poco pueden hacer para contrarrestar el patetismo de un Nicolas Cage a quien no le pega nada el papel de tipo despiadado que nos regala frases lapidarias, ni tampoco para hacernos obviar la enorme cantidad de defectos de un título bizarro y sangriento solo disfrutable por los más acérrimos defensores del cine de acción descerebrado.