Audrey Tautou repite hasta cierto punto un rol que domina con maestría. Y quizá sea cuando la trama se aparta de ese camino que el juego de naipes de la historia se tambalea.
La fuerza del acierto que supuso la elección de la actriz Audrey Tautou para interpretar la obra maestra Amelie (Jean-Pierre Jeunet, 2001) es tal que desde ese momento toda la carrera posterior de la actriz puede considerarse una variación de ese personaje. De hecho, Tautou, una gran actriz dotada de una singularísima belleza, rara vez se separa del aspecto y estilo interpretativo que la lanzó al estrellato. Las contadas veces que lo ha hecho como en la desafortunada El Código Da Vinci (Ron Howard, 2006), el resultado ha sido desalentador.
En Una Dulce Mentira, Audrey Tautou se pone por segunda vez en poco tiempo a la órdenes del director Pierre Salvadori tras rodar Un Engaño de Lujo (2006). Nuevamente partiendo de un guión escrito con Benoît Graffin, el realizador de origen tunecino traza una comedia de situación en la que los equívocos son el resorte para llevar a los personajes a posturas que trastocan sus vidas.
Tras recibir una carta de amor anónima, Emilie (Audrey Tautou) decide utilizarla para animar a su madre (Nathalie Baye), que tras cuatro años de separación de su padre no ha logrado superarlo. La carta surge efecto y su madre cambia de aspecto y de ánimo con la salvedad de que interpreta que ha sido Jean (Sami Bouajila), el empleado de mantenimiento de Emilie en la peluquería, el autor de la carta. Por si fuera poco, Emilie descubre que Jean es un experto licenciado traductor e intérprete, ex-trabajador de la UNESCO, refugiado en ese sencillo trabajo de la pelúquería como terapia y por el amor que siente hacia ella.
Salvadori y Graffin vuelven a trazar una elaborada comedia de equívocos y situaciones cotidianamente absurdas en el reducido escenario de una peluquería sin caer en los tópicos de personajes extravagantes ni en el costumbrismo. Los mecanismos de la comedia están únicamente elaborados a partir de las decisiones que toman lo personajes en busca del amor o de una pizca más de felicidad en sus vidas o la de sus seres queridos, sin medir las consecuencias que esto puede llevar a cabo.
Es en ese punto donde la cinta entronca con la mencionada Amelie, y donde Audrey Tautou repite hasta cierto punto un rol que domina con maestría. Y quizá sea cuando la trama se aparta de ese camino que el juego de naipes de la historia se tambalea e incluso llega a caerse en algún momento. Director y guionista juegan con sus personajes hasta transformarlos en negativos (Jean se vuelve violento, Emilie casi sádica en sus intenciones) algo razonable para la evolución de la historia, pero que juega una mala pasada al inconsciente colectivo de los que miramos a la actriz y sólo podemos ver a Amelie en una de sus fabulosas interpretaciones del mundo real a su manera.