No esconde sus grandes ambiciones de convertirse en una pieza maestra de la narrativa.
Olivier Assayas pertenece a esa élite gala de realizadores que están tocados por el buen hacer. Cada una de sus obras supone un paso firme en el camino hacia el dominio de la dirección, una nueva pieza que se revela como una pequeña gran joya como viene pasando desde sus inicios (Finales de agosto, principios de septiembre), como en sus esfuerzos maltratados por la distribución patria (Los destinos sentimentales, Demonlover o Clean), así como en los filmes que han gozado de mayor prestigio (Las horas del verano). Carlos, su última aventura, es quizás su obra capital por aparecer como un producto destinado a las audiencias minoritarias y a ser un clásico instantáneo.
Ecléctico como pocos, Assayas ha entrado en el terreno del drama de autor concatenado con el thriller político. Narra dos décadas de la vida de Ilich Ramírez Sánchez -también conocido como 'El chacal'- uno de los terroristas más rastreados durante los años 70 y 80 que se abrió pasó en la política internacional, actuando en pro de diversas posturas ideológicas, desde el activismo palestino hasta el comunismo nipón, mediante multiplicidad de seudónimos y vidas paralelas.
Carlos, título escasamente atractivo donde los haya si se desconoce lo que el nombre propio oculta, detalla una lucha que pretende ser una revisión de la violencia gubernamental jugada en el mapa europeo durante los años de la Guerra Fría. A través de su perspectiva, el viaje se vuelve absorbente y fascinante a pesar de su longevo metraje. Nada menos que dos horas y media de celuloide para recorrer los lugares de la propuesta. Y es que Carlos es la versión reducida de una miniserie de 5 horas y media que ha sido convenientemente condensada, con un resultado que dista de adolecer del tijeretazo.
Capitaneada por una interpretación soberbia, cortesía de un Edgar Ramírez que hace brillar todo aquel que le circunda en pantalla, la obra marida con mano maestra las mejores embestidas del formato seriado con las excelencias del séptimo arte, dotando incluso al producto de momentos cercanos al cine documental. Carlos es un retrato elegante, estilizado y rebosante de un latido poco usual en cintas de su minutaje.
Carlos es capaz de ofrecer el dibujo de un rostro preciso e intenso que hipnotiza por la elocuencia de sus contradicciones o por una presencia física que baraja placer y dolor. No esconde sus grandes ambiciones de convertirse en una pieza maestra de la narrativa inteligente pero su exhaustiva exploración de un hombre y su época, ensañada con acertada imaginación y mejor rendimiento, hace que verdaderamente logre su aspiración.