Sigue la máxima que Joseph Conrad exigía a un buen narrador: mostrar sólo el 10% de la historia.
Ser actor es uno de los oficios más difíciles que existen. Consiste en convertirse a voluntad, por tiempo determinado y bajo control, en otra persona, algo que no logran ni las terapias psicológicas más sofisticadas. No es de extrañar que estemos asistiendo a una serie de declaraciones de desequilibrios mentales por parte de estos profesionales. Se trata de un trabajo de riesgo.
Uno de los consejos más escuchados por parte de los maestros de la interpretación a sus alumnos es: “No actúes. Sé tu personaje.” Pero esta técnica en apariencia tan sencilla queda al alcance de muy pocos veteranos y no siempre en todos sus trabajos. Uno ejemplo cercano de este milagro fue José Isbert. A pesar de su aspecto tan singular, Isbert no requería ningún maquillaje, ni vestuario, ni cambio de registro de voz para transformarse en un profesor universitario, en el abuelo cascarrabias de un nieto perdido, en el alcalde sordo de un pueblo castellano o en un verdugo. Cuando empezaban a rodar ya era ese personaje y no necesitaba ningún artificio más.
El actor italiano Toni Servillo parece haber alcanzado ese estado. A pesar de que las cintas que nos están llegando con su trabajo son de hace tres años (Gomorra, 2008; Il Divo, 2008), su nivel de interpretación es de una enorme categoría. Esperemos que llegue alguna más de las nueve películas que ha rodado desde entonces.
No Mires Atrás, titulada originalmente La Ragazza del Lago, es incluso anterior, de 2007. En ella, Servillo interpreta a un adusto comisario de Udine, ciudad en el norte de Italia, que debe investigar el homicidio de una muchacha a la orilla del lago de una pequeña localidad cercana. Lo que a priori parece un vulgar delito sexual, se convierte en un poliedro de implicaciones para todos los vecinos del pueblo que conocían a Anna, la muchacha fallecida.
Basada en la novela homónima de Karin Fussum, escritora noruega de gran éxito especializada en novelas de crímenes, la adaptación ha corrido a cargo del veterano guionista Sandro Petraglia. Pero el toque diferenciador en la cinta es la puesta en imágenes del primerizo Andrea Molaioli, habitual asistente del director Nanni Moretti.
Pivotando sobre la interpretación de Toni Servillo, Molaioli traza una impecable, afilada y seca puesta en escena basada en cuidados planos y travellings frontales que siguen la máxima que Joseph Conrad exigía a un buen narrador: mostrar sólo el 10% de la historia. El tono y ritmo conseguido con esta sobria narrativa que cuenta sin mostrar, encaja con rigor en una historia guiada por los sutiles hallazgos que el comisario va realizando sobre el caso, sacando a relucir las complejidades de una pequeña comunidad que representan, como en toda buena historia, las del mundo entero.
Con la suma de incluir en el casting a dos buenos actores de peso en personajes de segundo orden, Omero Antonutti y Valeria Golino, el realizador cierra una primera obra excelente que deja en el recuerdo el sabor de los clásicos del thriller y le augura una brillante carrera a pesar de que, al encenderse las luces, buena parte de los espectadores necesitan que le expliquen la película.