Tenemos ante nuestros pacientes ojos un supuesto análisis de diversos aspectos sentimentales que no se sostiene por ningún lado.
Prácticamente un año después del estreno por nuestras tierras de Perdona si te llamo amor, podemos constatar que los reparos iniciales que hubiera podido tener la distribuidora para hacernos llegar aquel estreno y sus secuelas se han desvanecido definitivamente, a la vista del buen recorrido comercial del título, adaptación de las bien conocidas novelas de Federico Moccia. No en vano también hemos podido comprobar en carnes patrias cómo 3 metros sobre el cielo (Fernando Gómez Molina, 2010), otra traslación de las melosas historias del novelista italiano, ha logrado pingües beneficios en nuestra taquilla.
El estreno que aquí nos ocupa ofrece pocas novedades –para bien o para mal– respecto a su predecesor. Vuelve a dirigir la historia el propio Moccia, que entre ambas cintas ha podido ponerse tras las cámaras también en Carolina se enamora, nueva adaptación de sus escritos que si nada lo remedia acabaremos por padecer también en nuestras carteleras. Por lo demás, basta con volver a echar un vistazo a la crítica arriba enlazada para saber qué podemos esperar de esta secuela.
Retomando el argumento donde terminaba la anterior película, encontramos a unos acaramelados protagonistas (el publicista cuarentón y la veinteañera) camino de consolidar su relación gracias a un predecible viaje a París y a una propuesta de matrimonio –no hay spoiler, el título lo dice todo– que va a desencadenar nuevos acontecimientos, entre los cuales no pueden faltar los encuentros llenos de equívocos e intentos de humor entre las familias de ambos prometidos.
De telón de fondo volvemos a encontrar a toda la pléyade de secundarios –los amigos de él y las amigas de ella, básicamente– ya conocidos, que encarnan todos los clichés habidos y por haber sobre el amor, los celos, la fidelidad y las relaciones de pareja en general. Así pues, tenemos ante nuestros pacientes ojos un supuesto análisis de diversos aspectos sentimentales que no se sostiene por ningún lado, volviendo a convertirse en un producto cargante, torpemente realizado y repleto de sentimentalismo empalagoso y tópicos nada trabajados –al final la vida en pareja es el único camino viable–, únicamente recomendable para quienes consideren que las novelas de Moccia son el epítome de la exquisitez romántica (rematada por ese desenlace patético en Ibiza, más la absurda escena final donde a la novia aún le asaltan las dudas y su prometido acude a su rescate).
A fuerza de aburrirse, acaba uno por pensar en la conexión entre Silvio Berlusconi –tras Medusa Film, la potente productora del filme– y esos protagonistas maduritos con ganas de juerga que se vuelven locos por la primera adolescente algo liberada que se cruza en su camino. Así casi terminamos por desear que el público, que se contenta con comedias tan convencionales e irritantes, exigiera otro tipo de relatos más sórdidos donde se abogara más por el realismo de este tipo de planteamientos. O, ya puestos, que se rieran de veras con comedias románticas auténticas –haberlas haylas–, y no con estos horripilantes sucedáneos.