Cumple a rajatabla todas las normas del buen cine de consumo.
La extraordinaria aportación que el cómic está realizando al cine en las dos últimas décadas deberá ser estudiada con detenimiento en el futuro. Aún es pronto para reconocer qué nuevas normas en la gramática del cine han sido acuñadas gracias a la influencia de este medio y qué sintaxis están ofreciendo cada una de las nuevas adaptaciones hechas a partir de estas obras gráficas en papel.
Las que fueron prestigiosas editoriales de cómics como Marvel o DC Cómics han devenido en este siglo en productoras cinematográficas que ven como toda la imaginería de sus tebeos de hace tres décadas genera ahora una enorme expectación y beneficios en el mundo entero. Dibujantes sólo conocidos anteriormente por un grupo de seguidores y fans, son ahora nombres comunes entre los cinéfilos.
Aunque la calidad de las adaptaciones está siendo muy dispar, los personajes emblemáticos de Marvel siempre son especialmente cuidados por sus creadores para no defraudar a los lectores ni dañar un negocio con capacidad para generar dividendos durante décadas. Uno de estos tratamientos especiales se ha hecho para llevar al cine a Thor, el Dios del Trueno.
Más de un lustro ha estado gestándose el proyecto acerca del mítico dios nórdico hasta acabar con la paciencia de quienes habían sido durante muchos años los elegidos como director y actor. Mathew Vaughn perdió la fe en el proyecto para terminar dirigiendo Kick-Ass y el actor Kevin McKidd se hizo demasiado mayor para una serie de películas sobre el personaje que alcanzarán como poco otro lustro.
La peculiar raíz del personaje en la religión y la literatura nórdica hicieron recaer en el realizador Kenneth Brannagh la responsabilidad del proyecto. Brannagh es un afamado adaptador de Shakespeare (Enrique V, Hamlet) y se ha enfrentado a grandes producciones (Frankenstein) por lo que su candidatura era idónea. El actor Chris Hemworth (Star Trek) tras un paso intensivo por el gimnasio, encarna a un adecuado Thor y sus veintisiete años dan juego a todo el trabajo que queda para posteriores películas.
Y así nos ha llegado este Thor en 2011, una de las adaptaciones más esperadas de los cómics creados por Stan Lee y Jack Kirby allá por 1962 y cuyas reediciones aún se realizan en nuestros días. Y hay que adelantar que no decepciona.
Thor, la película, es una superproducción de más de 150 millones de dólares que cumple a rajatabla todas las normas del buen cine de consumo: es fiel al espíritu y las tramas básicas de la historia original (los puristas nunca estarán conformes, pero eso es lo normal), hay una historia mínimamamente elaborada donde los protagonistas presentan un arco dramático que capta el interés y, sobre todo, tiene un impresionante trabajo visual y de sonido detrás, donde se advierte la preocupación por ofrecer al público un plus de espectáculo respecto a propuestas similares. Cine hecho a martillazos en los mejores yunques y con los mejores metales de la industria hollywoodiense.
Temáticamente Thor es, en lo básico, un Superman deconstruido. Si el nativo de Krypton llegaba a la Tierra y su humanidad se fundía con sus poderes aumentados para convertirse en un protector de la ley, Thor es el soberbio hijo de Odín desterrado a nuestro planeta y despojado de su poder hasta reconocer los auténticos valores de la sabiduría de un dios: el aprecio de la paz y el respeto por cualquier forma de vida. De este modo, Thor se convierte tras su visita en el protector de Midgard, el reino del planeta Tierra.
Thor no es una película perfecta, ni mucho menos, pero sí una de las que contiene uno de los ingredientes de los cómics que más se ha echado en falta en las diversas adaptaciones que hemos visto: la capacidad de reírse de sí misma y escapar de la maquinaria narrativa que pudiera hacerla ridículamente solemne. En esos minutos (los atropellos con el coche, la aplicación del calmante al Thor humano, la aparición de los amigos de Thor en el poblado de Nuevo México...) es cuando la película alcanza un especial valor como adaptación del medio del que proviene, en la aproximación a su espíritu, esa rara capacidad de dar un codazo al espectador-lector para sacarle del asombro y hacerle cómplice de la mentira que se le está contado.
En una cinta como esta es difícil juzgar el trabajo del director. Buena parte de la acción transcurre en el universo imaginario de Asgard y la recreación digital de tan maravilloso mundo difumina toda capacidad de puesta en escena que no esté meramente al servicio de los efectos digitales. Sin embargo, en las partes que transcurren en la Tierra, se aprecia un gusto en la realización por los planos ligeramente aberrados que traen a la memoria esas páginas en las que los dibujos atraviesan más de una viñeta para completarse.
La interpretación de Chris Hemsworth como Thor y Tom Hiddleston como Loki comienzan frías pero van creciendo a lo largo del metraje. Anthony Hopkins no necesita grandes esfuerzos para transformarse en Odín y quienes salen peor paradas en el apartado interpretativo son Rene Russo como Frigga, la madre de Thor, y Natalie Portman como una muy deslucida Jane Foster que apenas justifica el enamoramiento del Dios del Trueno por ella. Sabiendo lo concienzuda que es la Portman con la elección de sus papeles, suponemos que este trabajo tendrá continuidad en otra película porque sino su aparición apenas se justifica para constatar la diferencia de tamaños entre su personaje y el de Thor, al que se le supone una estatura de 2,18 m.