El oscuro camino a la perfección
Nacido en Houston en 1905 en el seno de una familia adinerada por sus negocios relacionados con el petróleo, cuando huérfano de padre y madre tuvo la capacidad para encargarse de la gestión de su patrimonio y decidir cómo quería administrarlo, Hughes dio rienda a sus dos pasiones: la aviación, y el cine. Tomado por loco por la mayoría de quienes le rodeaban, sus decisiones eran tan pintorescas como la vehemencia y personalidad con las que las tomaba. Su seguridad parecía ser la vía de su condena, por el contrario, tuvo ocasión de demostrar sucesivamente sus aciertos haciendo valer los riesgos que había asumido con igual cantidad de triunfos.
Con el estreno tras un rodaje de varios años y un presupuesto inconcebible de Angeles del Infierno, Hughes puso de manifiesto alguna de las reglas que iban a regir en el futuro el mundo del celuloide, con independencia de que lo hiciera consciente o inconscientemente. Cada vez que se hablaba de lo titánico de sus gastos, de su más que posible contumacia propia de un niño rico jugando a productor caprichoso, la expectación de miles de americanos por su cinta iba creciendo. Unida a un rodaje de la talla del obstinado neurótico que estaba en ciernes y que lo daba todo por su difícil satisfacción, con esa película se estaba haciendo con un pedazo de historia.
En ella exhibía sus conocimientos de aviación, sector en el que volvió a arriesgarlo todo otras tantas veces para lograr aviones más rápidos (llegó a batir personalmente el récord de velocidad de la época), más estables o más capaces para el transporte. Debería enfrentarse al Senado, a los juegos empresariales de una competencia que aspiraba al monopolio, y a todas las complicaciones que paralelamente iban creciendo en su cabeza. Su frágil sentido común se iba tambaleando poco a poco. Los gérmenes lo estaban invadiendo, haciendo que las cosas más sencillas para él fueran las más complicadas.