Ni el interés del hecho real en que se basa la película ni un golpe de efecto imprevisto llegan a calar en ningún momento en el espectador, debido a la falta de énfasis narrativo.
Hace poco, estuvo uno despotricando en esta misma página contra lo que consideraba escaso criterio de los distribuidores españoles: se están permitiendo el lujo de mantener películas como Somewhere, ganadora del León de Oro en la última edición del Festival de Venecia, sin estrenar en los cines de nuestro país, y dan paso entre otras muchas estupideces supinas a Bebés, Winnie the Pooh o Cartas a Dios.
Pasados unos días, recibí un correo electrónico en el que un conocido con contactos en el mundillo de la distribución me achacaba con toda la razón el estar confundiendo mis deseos con las apetencias del público: "Aunque a ti no te lo parezca, lo que se estrena tiene un motivo para estrenarse. Y lo que no se estrena, igual".
A continuación, mi interlocutor trazaba una disección tan desoladora de la gente que hoy por hoy sigue pagando por ver cine en salas, que casi hubiera preferido continuar pensando que los distribuidores desconocen el género con el que trabajan. No puedo reproducir sus palabras. Por respeto a una conversación privada y porque, la verdad, se expresaba en términos tan políticamente incorrectos intentando defender al espectador actual y las estrategias de los exhibidores, que superaba en crueldad cualquier argumento despectivo que uno hubiese podido pergeñar.
El caso es que me quedó meridianamente claro el porqué cada semana se estrenan seis, ocho o hasta once títulos, como sucedió el pasado viernes, pese a estar bajando sin parar la afluencia a las salas. El porqué casi todos ellos son subproductos y blockbusters para adolescentes, cintas protoreligiosas, infinitas películas animadas, tragicomedias hispanoamericanas, documentales ya emitidos o a punto de ser emitidos en canales temáticos y muchas, muchas películas de clase media material y espiritual: aseadas producciones norteamericanas o europeas que combinan el drama con la comedia, el romance o el thriller, que a veces han tardado en llegar a España dos o tres años, y que sin muchos cambios bien podrían haber sido realizadas para la pequeña pantalla.
Es el caso de La marca del ángel, cuyas protagonistas y probables espectadoras son mujeres al borde de la menopausia, con unas cuantas frustraciones de tipo personal y familiar sin resolver, programadas para poco más que la maternidad y sus intríngulis, y cuya supuesta enorme sensibilidad jamás traspasa, curiosamente, los límites de un mediocre confort expositivo. Representantes recientes de un mismo tipo de cine han sido No mires atrás (estrenada el 20 de abril), Una dulce mentira (15 de abril), La mujer con la nariz rota (8 de abril), En un mundo mejor (1 de abril)...
En cuanto a La marca del ángel, realizada hace la friolera de cuatro años por el francés Safy Nebbou, se basa en un hecho real de evidente atractivo: una farmacéutica cuya hija falleció tiempo atrás en un incendio, se obsesiona con la idea de que ha reconocido a la niña en la hija de otra mujer, y empieza a inmiscuirse en la vida de la familia de la pequeña ante el desconcierto de quienes la rodean.
Pero ni el interés del suceso ni algún golpe de efecto imprevisto, llegan a calar en ningún momento en el espectador, debido a la falta de énfasis con que van narrándose los hechos. Esa falta de énfasis es, obviamente, premeditada, y seguro que a más de un crítico y espectador le parece el colmo de la elegancia y lo sutil, "cualidades" arquetípicas del cine burgués galo. Pero a quien esto escribe le suena más bien a indecisión acerca de cómo afrontar el tema y a artificio, con el fin de que algo digno a la postre de El Diario o El programa de Ana Rosa le parezca a una audiencia puede que más sofisticada que la consumidora de televisión basura, el colmo de lo profundo y lo trascendente.
No lo es. Y poco ayudan las interpretaciones marujiles de Catherine Frot y Sandrine Bonnaire, que se limitan a pasearse por el plano desgreñadas o con los ojos desorbitados, aunque sin dejar en ningún momento de hacer la compra y buscar las zapatillas de los niños. Todas las cuestiones latentes en la historia quedan sin explicitar, no llevan a ninguna parte, no subvierten ni plantean interrogantes.
El conflicto, la intriga, nos han removido en la butaca solo lo justo para que, hasta que las próximas semanas se estrenen Rompecabezas (6 de mayo) o La soledad de los números primos (13 de mayo), nos baste mientras pasamos el polvo con lamentar entre suspiros lo ingrata que es la vida, lo mucho que sufrimos y lo poco que nos quejamos, y lo bien que lo vamos a pasar el viernes con las amigas echándonos una panzada a llorar en el cine. Claro que sin echar a perder el exfoliante facial de coco que le compramos a Laly la homeópata.