Todo en "Agua para elefantes" es superficie y sumisión a las expectativas de un público conformista; emoción banal que se debe a la suntuosidad relamida, excesiva, de los fotogramas, y a buenas intenciones que poco tienen que ver con una experiencia de la vida.
La Gran Depresión azota Estados Unidos. Jacob, estudiante de veterinaria, se cree a salvo de la crisis. Hasta que sus padres mueren y descubre que se habían endeudado hasta las cejas para pagar sus estudios. El joven se ve incapaz de concluir la carrera y se une a un circo ambulante, en el que velará por la salud de los animales. Su refinada educación choca con la de los miembros del circo pero le granjea la atención de la atractiva Marlena, casada con el brutal August...
Aunque más simpática que Australia (2008), Agua para elefantes parece por parte de 20th Century Fox otra operación calculada de espectáculo nostálgico que pretendiese reproducir, no tanto el éxito del best-seller escrito por Sara Gruen en que se basa la película, sino el de Titanic (1997), asimismo co-producida por Fox y con la que Agua para elefantes guarda no pocas semejanzas estructurales y tonales.
Sin embargo, el monumental éxito de la cinta realizada en 1997 por James Cameron no hizo otra cosa que certificar, paradójicamente, el canto del cisne del melodrama épico, ese género gracias al que la Meca del Cine ha aportado al siglo XX algunas de sus imágenes más icónicas, así como una manera sumamente efectiva de imbricar historias con Historia, el devenir del individuo y el de la colectividad.
De que el melodrama épico está muerto y enterrado da cuenta el hecho de que ninguno de los principales involucrados en Agua para elefantes ha tenido absolutamente nada que ver antes con tal género, salvo en lo que respecta al guionista Richard LaGravanese; cuyos esfuerzos previos, en líneas generales, no se han traducido en calidad: El hombre que susurraba a los caballos, Beloved, Posdata, te quiero.
Por lo demás, las dos únicas películas hasta la fecha del realizador Francis Lawrence, Constantine y Soy Leyenda, abrazaban el fantástico. El protagonista masculino de Agua para elefantes, Robert Pattinson, es una estrella fugaz gracias a la franquicia vampírica para adolescentes Crepúsculo, y del intento a lo viejo Hollywood por hacerle madurar en un producto más grave pero igualmente glamouroso, sale malparado. La actriz principal, Reese Witherspoon, está a punto de poder ser etiquetada como fiasco, pasados cinco años desde que ganase el Oscar por En la cuerda floja...
Y en cuanto a Christoph Waltz (Malditos Bastardos, The Green Hornet), el mejor de los actores citados, escora un personaje interesante sobre el papel hacia la caricatura, sin duda víctima de una historia en la que ñoñería, corrección política en lo relativo al maltrato de mujeres y animales, y más énfasis en los momentos fuertes que en un sólido andamiaje narrativo, se conjuran para dejar al espectador frío y agotado (la película dura dos horas largas).
A ello que hay que sumar una dirección más interesada en la fotografía, la decoración y hasta la buena disposición de los animales del circo que en la verosimilitud del drama romántico. Todo en Agua para elefantes es superficie y sumisión a las expectativas de un público conformista; emoción banal que lo debe todo la suntuosidad relamida, excesiva, de los fotogramas, y a unas buenas intenciones que poco tienen que ver con una experiencia de la vida.
No hay desgarro, ni sordidez, ni pasión de ningún tipo, pese al argumento, la época y el escenario escogidos. De Agua para elefantes no puede decirse que sea una mala película. Sencillamente, es prescindible. No sabe uno qué será peor.