Armendáriz logra un salto mortal al tratar uno de los temas más escabrosos y complicados de su carrera con la mayor sensibilidad y pudor.
Las dudas que despiertan muchos cineastas españoles a la hora de elegir los temas de sus películas más para lograr prebendas que audiencias están excluidas en el caso de Montxo Armendáriz. Desde Tasio (1984) hasta No Tengas Miedo (2011), el cineasta navarro no ha variado su sensibilidad ni la naturaleza de su mirada.
Tanto si se trata de guiones propios (27 horas, 1986; Las Cartas de Alou, 1990) o de adaptaciones literarias (Historias del Kronen, 1995 ; Obaba, 2005), Armendáriz siempre ha mostrado un especial interés por mostrar las innumerables trabas sociales, sentimentales y psicológicas que pueden trastornar el desarrollo hacia la madurez de una persona durante su infancia y juventud.
No Tengas Miedo no es una excepción. En este caso, el realizador y guionista se fija en el abuso sexual infantil. El vehículo para hacerlo es la historia de Silvia, una joven de 25 años que ha vivido toda su infancia y adolescencia sometida a los abusos sexuales de su padre sin que pudiera ser capaz de enfrentarse al hecho, ni de denunciarlo.
El caso de Silvia es paradigmático de otros muchos que se ilustran en la película en forma de testimonios durante una terapia de grupo. La corta edad de las víctimas de estos delitos, casi todos cometidos por personas de su círculo familiar más cercano, sufren el silencio forzado ante el desconocimiento de lo que realmente les está pasando y la incredulidad de quienes les rodean si se atreven a mencionarlo.
Armendáriz logra un salto mortal al tratar uno de los temas más escabrosos y complicados de su carrera con la mayor sensibilidad y pudor con que se puede hacer. No Tengas Miedo no tiene la más mínima intención de rentabilizar el morbo que pueda levantar en los espectadores, sino que está exclusivamente centrada en explicar el infierno psicológico que sufre una de estas víctimas al verse excluidas de su propio entorno familiar y ser incapaces de gestionar y desarrollar sus sentimientos.
El retrato de la víctima (Michelle Jenner) es excelente logrado en base a continuos escorzos y tomas de perfil de su rostro, logrando que la enajenación mental que sufre Silvia para ignorar lo que le sucede se traslade al espectador. No menos eficaz es el breve pero gran trabajo de Nuria Gago como la amiga de la víctima, representando la normalidad de una chica de su edad y ofreciendo el contraste necesario para que entendamos el retraso de madurez que Silvia acarrea a causa de lo que le sucede.
Otra virtud de la cinta es la de no excluir responsabilidades. El personaje de la madre de Silvia, interpretado con gran eficacia en apenas tres secuencias por Belén Rueda, no está exenta de culpa al elegir una vida de emancipación frente a sus responsabilidades como madre.
Pero es sin duda la extraordinaria generosidad y sabiduría de Lluís Homar como actor la que consigue que este retrato de lo infame alcance un plus de verosimilitud que de otro modo se hubiera diluido. Qué gran lección de actor sin complejos encarnar a un personaje absolutamente negativo haciendo caso omiso de cualquier consejo que impide que artistas de su calibre interpreten roles como este enarbolando la supuesta bandera del daño a la imagen personal.