The Company Men plasma con mucho acierto la cadena de acontecimientos que se originan dentro de una gran compañía a raíz de una crisis.
En un mundo globalizado como el actual, es imposible esperar que una serie de movimientos que desembocan en una crisis económica no acaben afectando en cadena a un buen número de países, maximizando sus efectos y reclamando medidas globales para que los sistemas logren finalmente volver a flote. De igual modo, los efectos de una situación así acaban por dejar su huella en todos los estratos de la sociedad, desde los menos favorecidos a las clases altas, pese a lo supuestamente protegidas que podríamos pensar que están estas últimas.
Sabedor de que el cine –de la mano, por ejemplo, de Ken Loach y tantos otros– ya ha tratado por activa y por pasiva el tema de la pérdida del empleo en los obreros rasos así como sus consecuencias, el director John Wells –quien hasta ahora se había dedicado a series televisivas como Urgencias, Turno de guardia o Shameless– decide centrar el guión de su debut en pantalla grande en un reducido grupo de altos directivos, dentro de una empresa norteamericana cuyos máximos responsables se enfrentan a la recesión del único modo que las mentes más estrechas pueden concebir: despidiendo al mayor número de trabajadores posible.
The Company Men plasma con mucho acierto la cadena de acontecimientos que se originan dentro de una gran compañía a raíz de una crisis. La película, además, nos va contando en diferentes saltos temporales la evolución posterior de algunos empleados tanto dentro de la empresa –los supervivientes que temen que se pueda prescindir de ellos en cualquier momento– como fuera de ella: el personaje de Ben Affleck, despedido a las primeras de cambio, irá pasando por distintas fases que ejemplifican muy a las claras cómo el sueño americano se ha tornado pesadilla.
Es de agradecer el buen hacer de Wells detrás de las cámaras, ilustrando un libreto propio que sabe centrar la atención en los tres personajes principales que nos dejan ser testigos de su peculiar travesía por el desierto, acompañados de unas interpretaciones que rinden a la altura de lo que ya esperábamos (Tommy Lee Jones, Chris Cooper), otros cuya tipología se ajusta como un guante a su personaje (Ben Affleck sabe pasar del orgullo y la chulería iniciales a la humildad aprendida a base de golpes de la vida) y alguna que otra sorpresa agradable (el breve pero contundente papel de Kevin Costner aporta mucho al resultado final).
Otro aspecto positivo de este título es que evita caer en el melodrama comercial o en el telefilme lacrimógeno, jugando en la mayoría de su metraje las bazas de la sobriedad, el realismo y las frases certeras y didácticas –hay un puñado realmente memorables– como torpedos apuntando hacia la línea de flotación de un sistema económico con demasiados defectos tanto en su planteamiento como en su puesta en práctica, pero que nadie parece empeñado en cambiar.
En conclusión, sólo cabe recomendar una cinta que sabe ofrecer una perspectiva diferente a la que se nos deja ver habitualmente en el cine, mostrándonos la humanidad y vulnerabilidad de personas que en algún momento de sus existencias se creyeron intocables, pero cuyas vidas pueden dar un vuelco en un breve espacio de tiempo. Aquellos espectadores que encuentren difícil identificarse con gente de tal poder adquisitivo deberían recordar, como apuntábamos al principio, que la crisis no perdona a nadie, y que hay comportamientos y sentimientos universales comunes a cualquier ser humano.