Relato comprometido con la contemplación de la realidad.
Tiene 29 años, es actriz, guionista y directora. Se llama Mia Hansen-Løve y con esta cinta obtuvo el Premio Lumière al Mejor Guión en el Festival de Cannes. Le père de mes enfants fue rodada hace tres años, pero, cosas de la distribución tardía y otros desastres, se estrena ahora en los circuitos comerciales. Se trata de dos horas en las que el espectador pasa de la risa, al llanto, la emoción y la ternura, a través de una familia cualquiera que debe afrontar un traumático suceso. Hansen-Løve se vale para ello de la delicadeza del buen hacer proponiendo una cuidada mímesis de la vida y demostrando que lo mejor de una crónica puede residir en las cosas pequeñas.
Su trama nos presenta a Grégoire Canvel, uno de aquellos hombres que ha logrado una vida satisfecha por la atención de cuantos le rodean. Posee una mujer a quien ama, unas hijas que encandilan a quienes las conocen y un enriquecedor empleo: dirige una productora dedicada al descubrimiento de nuevos talentos cinematográficos y a la creación de filmes independientes que supone una parte esencial de su vida. Las deudas y la acumulación de riesgos en la compañía provocarán una desesperación en Grégoire que le harán tomar una drástica decisión.
Planteada como una prospección del duelo familiar, Le père de mes enfants es un relato comprometido con la contemplación de la realidad. Las vidas de sus personajes desenvuelve, paulatinamente, la belleza del filme y le otorga una trascendencia poco habitual en un tipo de cine que no contempla la acción como motor de continuidad. Se trata del logro ralentizado, silencioso y casi imperceptible de una directora que consigue que cada emoción despierte empatía.
Esta humanidad es transmitida a través de fotogramas que apuestan por una cercanía íntima. Su dirección de actores, su medida observación y el elenco interpretativo son sus bazas. No porque los actores realicen interpretaciones sublimes sino porque, simplemente, nadie acertaría a afirmar que se encuentran delante de una cámara (como muestra la mirada perdida de Alice de Lencquesaing).
Es pues en el equilibrio de cadencia y sensibilidad donde Le père de mes enfants encuentra su mayor triunfo. No parece un ejercicio forzado, aunque se trate de uno que esconde planificación; tampoco parece una narración convencional, aunque se trate de una de las más sutiles de los últimos meses. Es simplemente la plasmación de una realidad que huye de la prefabricación.