El último exorcismo va esquivando errores comunes en el género de terror y logra construir un relato con bastantes tintes realistas.
Un reverendo evangelista que en el pasado ha realizado algunos exorcismos se embarca en la grabación de un documental donde, a modo de cierre de ese peculiar aspecto de su carrera religiosa, pretende destapar los entresijos de esa práctica, según su propia visión más cercana a la magia y al embaucamiento que a un verdadero enfrentamiento con las fuerzas demoníacas. Sin embargo, un último servicio en una pequeña población del sur de Estados Unidos podría suponer algo distinto a otros casos con los que se ha topado anteriormente.
El último exorcismo es una de esas cintas de terror ante cuyo visionado los cinéfilos más curtidos suelen acudir con cautela, en previsión de todos los males hechos celuloide de que pueda dar muestra. Pese a todo, a medida que van transcurriendo los minutos el filme del debutante Daniel Stamm va ganando enteros, al trazarse comparaciones con productos que aparentemente juegan en la misma liga y que no obstante acumulan demasiados defectos en su haber. Como muestra un botón: aquí no se busca crear suspense mediante sustos poco trabajados.
Ante todo, hay que avisar de que no estamos ante un prodigio de originalidad. Se echa mano del recurso de falso documental, tan en boga últimamente –Rec o Paranormal activity, por no echar la vista atrás hasta El proyecto de la bruja de Blair–, y de nuevo se recurre al argumento formulaico típico de las películas de exorcismos, cuyo precedente inmediato ha sido la aburrida El rito. Además, hay bastante truco en la filmación de ese supuesto documental: las imágenes que nos llegan ya están montadas (de lo que se pueden deducir una serie de cosas en las que no ahondaremos aquí, para no destripar más la historia) y tienen una calidad bastante buena en todo momento, por no hablar de los sonidos que se han añadido en esa teórica post producción para crear una mayor atmósfera de terror.
Como apuntábamos antes, la película va esquivando errores comunes en el género de terror y logra construir un relato con bastantes tintes realistas y veraces, firmemente asentado en una sobriedad marcada por el escaso presupuesto –que no ha sido óbice para que se alce hasta el primer puesto de recaudación en tierras americanas–, y que ofrece un ritmo ágil gracias a ese montaje del documental que se nos está mostrando. Las interpretaciones principales están a un buen nivel, provocando en cada momento los efectos que se esperan de ellas (Patrick Fabian, que da vida al escéptico reverendo, vio recompensada su labor en Sitges 2010).
Otros puntos a favor de esta curiosa y digna cinta son la correcta progresión de la trama, la muy medida dosificación de la información que se le va dando al espectador, así como una conclusión que deja preguntas en el aire, pero que básicamente resuelve muchos de los interrogantes que se habían planteado durante todo el metraje, y que da para pensar hasta un buen rato después de que hayan concluido los títulos de crédito finales. Así pues, estamos ante una película pequeña, inusualmente sobria y con los suficientes puntos de interés como para puntuar por encima de gran parte del mediocre cine de terror que se factura en nuestros días.