Vodevil rancio, carente de ritmo, plagado de idas y venidas sin orden ni concierto...
El propietario de una taberna ubicada en una zona desértica descubre que su mujer le está engañando con uno de sus subalternos, y encarga a un corrompido agente de la ley que acabe con los amantes.
Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos constituye una adaptación absolutamente insoportable por parte de Zhang Yimou del guión escrito por Joel y Ethan Coen para Sangre fácil (1984), en clave de farsa ambientada en la China del siglo XIX.
Conviene recordar que los hermanos Coen también ejercieron la ironía y la excentricidad a la hora de recrear en su ópera prima el universo noir de escritores como James M. Cain. Ironía y excentricidad que enriquecieron su probado conocimiento de cómo funcionaban sus referentes, y han devenido rasgos esenciales de su cine, adoptando progresivamente matices metafísicos.
Yimou, por el contrario, sólo había practicado previamente el humor esquinado y significativo en Mantén la calma/Keep cool (1997), una de sus películas más endebles. Sí ha abordado con más intención el género pseudo-histórico en Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006), cintas que parece parodiar Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos en escenas puntuales, como aquella inicial en la que un viajante persa vende una pistola a la protagonista.
Pero, si de algo hace mofa Yimou en su última película, lástima que sin conciencia de ello, es de las primeras y mejores de su filmografía, aquellos dramas de época intimistas y elegantes que le consagraron internacionalmente: Sorgo rojo (1987), Semilla de crisantemo (1990) y La linterna roja (1991) relataron pasiones humanas muy similares a las que trata Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos, aunque con una organicidad, una naturalidad y una riqueza de lecturas de las que carece por completo esta última.
Es la diferencia entre un cineasta joven —con empuje, cosas que decir y confianza en sus dotes narrativas— y otro de vuelta de todo, que igual orquesta la ceremonia de apertura de unos juegos olímpicos que dirige un remake, prestando sólo atención a lo estético y a los reclamos de prestigio.
Por supuesto, eso no tendría ninguna importancia si Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos fuese divertida, su intriga enganchase al espectador, o la traslación de los Estados Unidos hiperrealistas de los Coen a una China reducida a trazos de color sobre papel de arroz generase inferencias atractivas. Pero, como el lector ya habrá deducido, nada de eso ocurre, y lo que soportamos durante noventa interminables minutos es un vodevil rancio, carente de ritmo, plagado de idas y venidas sin orden ni concierto...
Nos tienta escribir que Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos es la peor película de su firmante, pero el recuerdo de La maldición de la flor dorada todavía nos provoca sudores fríos. Dejémoslo por tanto en que Yimou se encuentra en nuestra opinión totalmente perdido, y sigue en la brecha a golpe de simple oficio, pero sin nada de verdadera entidad que ofrecer.