Que un arte subvencionado como es el cine europeo sea tan políticamente incorrecto como para que el protagonista de una película sea un fascista es algo inaudito. Y que en esa misma película se presente a funcionarios franquistas organizando altruistamente la huida de judios de Budapest ya no sólo es inaudito, sino completamente imposible en España. Ha sido una producción italiana, reinvidicando la figura de un héroe nacional, Giorgio Berlasca, la que ha puesto la bandera franquista como manto protector de los judios contra los nazis.
Basada en un personaje real, El Consul Perlasca cuenta una historia muy parecida a La Lista de Schindler, pero a pesar del orgullo patrio que pueda infundar lo hace de una manera infinitamente peor. Aunque hace todo lo posible para que le peguen un tiro, Giorgio Perlasca (Luca Zingarettino) no parece en peligro en ningún momento de la película. Su odisea se cuenta con excesiva ingenuidad, por no llamarlo falta de rigor.
El director Alberto Negrín renuncia a adentrarse en la psicología de su personaje, dejando pendientes su motivación y sus debilidades. Berlasca únicamente es un héroe y eso nos debería bastar para colmar nuestros corazones. Pero esto no basta, por muy salvador que sea de una comunidad. Negrín, que cuenta en su haber la adaptación de una novela de Salgari, ha adaptado de la misma forma el libro que el periodista italiano Enrico Deaglio escribió sobre Perlasca en 1991 La banalità del bene. Lo más fascinante del Perlasca de carne y hueso es que salvó la vida de miles de personas y luego no se lo contó a nadie. Sólo a instancia de un grupo de mujeres judías que le buscaron cuarenta años después para darle las gracias, reconoció públicamente que era un héroe.
El único filón de la película, el osado embuste de su protagonista, levanta lo justo un guión cargadísmo de tópicos para que el espectador no se duerma. Sorprende que dos veteranos del cine italiano como Steffano Rully y Sandro Petraglia hayan firmado un texto tan débil. Parecería como si lo hubieran escrito de una, o como si el guión hubiera sido enteramente reescrito por un director febril la vispera del rodaje. Delirante voz en off en la escena final en la que no sabe muy bien quién demonios está hablando. Consternante las veces que el héroe necesita hablar consigo mismo para que el espectador no pierda comba de cuales son sus intenciones.
Más que cine artístico o comercial, El Cónsul Perlasca parece una película hecha por encargo de la administración de la que nadie ha querido responsabilizarse seriamente. Había que reivindicar a un héroe europeo y se ha hecho, incluso a golpe de talonario (multitud de extras, banda sonora de Ennio Morricone). Pero no ha servido para reivindicar el cine.