Hermosa carta de amor al lenguaje cinematográfico como instrumento de una realidad alternativa.
Siendo el cineasta portugués vivo más importante y prolífico, Oliveira no requiere presentación alguna. Pese a sumar ya la friolera de 102 años, parece estar más joven que nunca, o eso al menos demuestra su cine más reciente. Tanto en su último filme estrenado en nuestro país, El extraño caso de Angelica, como en su obra inmediatamente anterior, Singularidades de una chica rubia, propone un proceso de seducción consumado entre un hombre y una mujer. La mujer, rubia, joven y bella; el hombre, taciturno, apocado y desconcertado ante las circunstancias.
No parece que se trate de mera casualidad que queden reiterados ciertos lugares en estas dos obras. Oliveira nos quiere hablar de un estado de inanición sentimental alimentado por la fantasía de quien lo vive.
Sin embargo, y pese a la coincidencia de temáticas, El extraño caso de Angelica es una historia escrita por el realizador lusitano en 1952, convenientemente reescrita para enmarcarla en una corriente más contemporánea. Si hubiera sido filmado durante la década de su creación, posiblemente no ofrecería el arrojo filosófico que esconden sus fotogramas: Oliveira ha logrado envolver a su pieza de un halo mágico del que es difícil poder desprenderse aunque relate una historia simple y un tanto trasnochada.
En El extraño caso de Angelica, el enamoramiento se dirige nada más y nada menos que hacia una joven fallecida, encarnada por Pilar López de Ayala. Un fotógrafo recibe el encargo de retratar a la joven durante la noche, la cual esbozando una enigmática sonrisa a modo del célebre cuadro de Da Vinci, es un enigma en sí misma, algo que despertará un insólito sentimiento en el operario. Él asegurará que a través de su objetivo, ella ha cobrado vida.
Sobre papel, la obra puede sonar a historia china de fantasmas pero lo que propone Oliveira no es un filme sobre la comunicación con el más allá, en su lugar se encamina hacia la metafísica y misticismo, en una combinación que puede satisfacer o disgustar a partes iguales. Además de sus directrices habituales, encontramos una poética de las imágenes en que la fotografía aspira a sublimar un mito. Una hermosa carta de amor al lenguaje cinematográfico como instrumento de una realidad alternativa.