No sólo su director es cineasta novato sino que cada una de las interpretaciones resuena a ridícula y mal llevada.
Uno, cuando ve que entre los estrenos de la semana se encuentra una de esas cintas cuya existencia nadie (prácticamente nadie) conocía, siente cierta curiosidad. Se encarga de ver el tráiler cinematográfico, observa el cártel –en cuya esquina superior derecha luce concurso en dos festivales de cierto renombre, Málaga y Montreal-, lee su sinopsis, se informa sobre su director y piensa que es una oportunidad para todos aquellos nuevos talentos del panorama español que esperan con ansias que sus esfuerzos se vean recompensados con un estreno digno.
Brutal box ha tenido una distribución más o menos decente. Cuenta con diecinueve copias en territorio patrio y ha logrado debut en uno de esos fines de semana en los que no comparte protagonismo con lanzamientos destinados a barrer taquilla. Además, hay datos que hacen pensar al respetable que esté delante de un posible trabajo meritorio: atractivo título; argumento, aunque manido, interesante y de actualidad, e imágenes promocionales eficazmente montadas que funcionan a un buen nivel de reclamo comercial. Hasta aquí, todo bien.
Es el amateur desconocido Óscar Rojo quien se encarga de escribir, protagonizar y dirigir su personal aportación, lo que también hace suponer que se trata de una cinta de escaso presupuesto que bien podría contar con imaginación y aplomo para formar una sólida historia. Ésta versa sobre la desesperación generada por el desempleo y la ausencia de oportunidades reales, al tiempo que se da con una generosa diatriba contra una sociedad ahogada en la virulencia del paroxismo o el sexo, el voyeurismo o la potencia de carga negativa de los nuevos medios de comunicación.
Centra en el dramático periplo de Carlos Martín, un padre de familia abrumado ante la imposibilidad de encontrar trabajo, este tomará medidas aberrantes para afrontar su propia crisis: se cercenará un dedo en directo a través de la red, creando así una página web de contenidos extremos denominada como el título del filme. Su gran éxito despertará el interés de una multinacional que anhelará conseguir los derechos de esta nueva propuesta.
Brutal box es una buena idea, incluso una crítica saludable sobre papel, aunque termina por revelarse, simplemente y sin adornos, como una muestra pésima de construcción en todos los sentidos. Su presentación de los hechos carece de consistencia alguna, su relato resulta tedioso y deslavazado en tanto que su metraje avanza, sus diálogos muestran una carencia de inteligencia de aquellas que provocan constantes arqueos de cejas y, lo peor, el conjunto adolece de sentido por todas sus aristas.
Si a ello le añadimos que todo en la cinta es supinamente novel, no queda resquicio posible de dónde poder rascar. No sólo su director es cineasta novato sino que cada una de las interpretaciones resuena a ridícula y mal llevada, además de contar con una edición, fotografía, iluminación y unos cuantos apartados técnicos más de paupérrima calidad. Si bien es cierto que desde el primer fotograma, Brutal box rezuma inversión mínima, y uno se hace perfecto cargo de ello, ciertos elementos no sólo demuestran pobredumbre sino que denotan falta de buen hacer. Las intenciones, antes de ver el filme, eran buenas; después de la proyección dejan de serlo.