Viendo “Primera Generación” se percibe por primera vez que, lo que hasta hoy era una moda (las películas de superhéroes), ha mutado en género, con el que tendrán que familiarizarse los espectadores más reacios porque tiene cuerda para rato.
Hace justo ahora diez años, la primera aventura cinematográfica de los mutantes publicados por Marvel Comics, X-Men (Bryan Singer, 2000), redefinía lo que se había entendido hasta entonces por películas de superhéroes. Que, con la lujosa excepción de la trilogía sobre Superman concebida entre 1978 y 1983, habían sido siempre subproductos para un público muy minoritario.
A lo largo de la década, las películas de superhéroes devinieron fenómeno tan prolífico y fructífero como disperso. Hemos podido disfrutar de dos secuelas y un spin off de X-Men; de la trilogía Spider-Man; de Iron Man, Batman Begins y sus respectivas continuaciones; de las dos entregas de Los 4 Fantásticos y Hulk; de Daredevil, El Motorista Fantasma, Los Increíbles, Watchmen y Kick-Ass…
La última citada, dirigida como X-Men: Primera Generación por Matthew Vaughn, devino un ejercicio post-pop que trataba de revitalizar y redimensionar las cualidades primigenias que ostentaron los superhéroes antes de verse reducidos a la condición de iconos petrificados por el uso y el abuso. Lo que requirió conjugar en pantalla una hiperrealidad cultural compleja, una cierta codificación que trascendiese las claves del título en cuestión para poder hablar, por fin, no de películas de superhéroes autónomas, sino de cine de superhéroes, con todo lo que ello acarrea en términos de género, de universo ficcional expansivo, orgulloso de sí mismo.
Esa eclosión del cine de superhéroes apuntada por Kick-Ass estalla en X-Men: Primera Generación. La película no dirá nada a quien no sea lector habitual de los cómics de la Marvel. Pero quien sepa de los mismos, disfrutará a tope con lo que bien podría tacharse de arco argumental especialmente afortunado de la cabecera X-Men, o de acertada versión Ultimate que tuviera muy presentes a guionistas inolvidables de los mutantes como Chris Claremont y Grant Morrison.
Es decir, X-Men: Primera Generación no es un salto al vacío como X-Men o X-Men 2 (Bryan Singer, 2003). Ni un número rutinario, como La Decisión Final (Brett Ratner, 2006). Ni un Annual, como Iron Man. Ni una ostentosa novela gráfica, como El Caballero Oscuro. Ni una rareza publicada por un sello subsidiario, como Watchmen. Primera Generación es época dorada de una serie regular, con posibilidades de prorrogar su estimulante inercia creativa sin muchos problemas durante unos cuantos números más.
La película está planteada como precuela de X-Men, jugada inteligente considerando que La Decisión Final y X-Men Orígenes: Lobezno delataron cierto agotamiento en lo que a La Patrulla X de Tormenta y Lobezno se refiere. Se centra de hecho en la juventud de los patriarcas de aquellos mutantes, Charles Xavier (gallina clueca de los mutantes asimilados a los intereses de los humanos) y Erik Lehnsherr (Magneto, líder de la inconformista Hermandad de los Mutantes Diabólicos), y en sus intentos conjuntos por desbaratar los planes de otro superhumano, Sebastian Shaw (terrorífico Kevin Bacon), que pretende provocar una Tercera Guerra Mundial que extermine a nuestra especie.
Ambientada sucesivamente en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y en la crisis de los misiles cubanos de 1962, Primera Generación imbrica el nacimiento del universo mutante en episodios particularmente sombríos y paranoicos de la Historia, y en escenarios culturales y puramente cinematográficos que incluyen a James Bond, Los Vengadores de Diana Rigg y Patrick Macnee, las cintas bélicas y de espionaje propias de la Guerra Fría, el glamour del Rat Pack y el Playboy y hasta Teléfono Rojo, Volamos hacia Moscú.
Tanto las motivaciones antagónicas de Xavier y Erik como la problemática mutante adquieren así plena verosimilitud, y un espacio crítico conexo al nuestro más sugerente que en la trilogía previa y en otras muchas películas de superhéroes. A ello hay que sumar la delicadeza con que se retrata la trágica relación de amistad entre los protagonistas (magníficamente interpretados por James McAvoy y Michael Fassbender), principal hilo conductor emocional de Primera Generación al que debería añadirse el que propicia Mística (una muy carismática Jennifer Lawrence).
Diálogos inteligentes y a menudo divertidos; dos partes diferenciadas en thriller y blockbuster pero llevadas con la misma eficacia (el metraje alcanza casi las dos horas y media pero no pesa); una realización más inspirada de lo que parece a tenor de los numerosos registros, personajes y tramas que maneja; y un respeto continuo por el material original y el espectador, hacen que viendo X-Men: Primera Generación uno tenga la impresión por primera vez de que, lo que hasta hoy era una moda (las películas de superhéroes), ha mutado en género, con el que tendrán que familiarizarse los espectadores más reacios porque tiene cuerda para rato.
Incluso en sus aspectos más discutibles —como sucedía en X-Men Orígenes: Lobezno, la irrupción de múltiples mutantes en combate provoca cierto sonrojo por su plasmación naif, infantiloide—, Primera Generación es honesta porque nos está diciendo que, nos guste o no, es cine de superhéroes. Ni más, ni menos. A mucha honra.