"Hanna" es una muestra ejemplar de falsa buena película, género al que nos ya nos tiene acostumbrados el director Joe Wright.
Hanna (Saorsie Ronan) es fruto de un experimento secreto del gobierno estadounidense que pretendió dieciséis años atrás crear supersoldados mediante manipulación genética. La cancelación del proyecto supuso la ejecución de todos los participantes a manos de Marissa Wiegler (Cate Blanchett) y otros operativos de la Agencia Central de Inteligencia.
Pero Hanna se salvó gracias al romance de su madre, una de las integrantes del experimento, con Erik Heller (Eric Bana), otro agente de la CIA. Erik ha ocultado durante su infancia y juventud a Hanna, y la ha adiestrado ferozmente en el arte de la guerra para que decida, cuando tenga la madurez suficiente, si desea incorporarse a un mundo en el que tendrá a Marissa pisándole los talones para borrar la última prueba del proyecto ilegal abortado. Hanna cree que el momento de arriesgarse a salir a la luz ha llegado…
Hace ya un tiempo, Eduardo Haro Tecglen interpretó las luchas cuerpo a cuerpo que entablaban en Batman Returns (1992) el hombre murciélago y Catwoman, como una metáfora sobre las nuevas relaciones entre lo masculino y una feminidad que culminaba por entonces su mutación en cierto feminismo. Era el apogeo de lo que Gilles Lipovetsky ha definido como Segunda Mujer, que ganaba posiciones de igualdad a costa de comparar y equiparar sus logros a los del hombre. Lo que, en el fondo, continuaba implicando una sumisión a una estrategia ajena de conformar su presencia en el mundo.
Películas como Jennifer’s Body, Kick-Ass, Splice, Sucker Punch y Hanna empiezan a poner sobre el tapete de nuestro imaginario social un nuevo tipo de fémina. Que poco tiene que ver con esa cálida Tercera Mujer profetizada por Lipovetsky, “que no se dejará atrapar por el trabajo ni por la atrofia sentimental y comunicativa […] que se reconciliará con su rol tradicional y reconocerá lo positivo de las diferencias entre los hombres y ella”.
Las mujeres perfiladas en los títulos citados son criaturas monstruosas, inéditas, fenómenos emergentes sin identificar, cuyas características germinan y evolucionan gracias a armas masculinas literales y alegóricas, con las que aprenden a sobrevivir en un universo en el que ya no se percibe nada propio de nuestra especie, tanto da la naturaleza de los genitales.
Un universo, como ha descrito Günther Anders en Sobre la destrucción de la vida en la época de la Tercera Revolución Industrial, que ha eliminado técnicamente a la humanidad al fragmentar su conocimiento en “habilidades subhumanas” cuya mecánica es refractaria al humus intelectual y emocional en que fructificaron.
La ambigua, andrógina protagonista del film que nos ocupa resulta un ejemplo paradigmático de esta tendencia: Engendrada por una Primera Mujer tradicional que desaparecerá rápidamente de escena; perseguida por una Segunda Mujer (Melissa) víctima neurótica del sistema que sustenta como agente secreto; y entrenada por un padre que no es su padre (Erik) sino un espectro de otro tiempo y otro mundo, Hanna termina constituyéndose en producto de laboratorio que ha escapado al control de todos los implicados en su creación, y que busca su lugar en un entorno que definen sus propias habilidades sanguinarias.
Es por ello comprensible que un thriller repleto de acción expeditiva en la estela de Bonds, Bournes y Salts varios, y con una estética agresivamente moderna (no es de extrañar que a Danny Boyle le interesase realizarlo) esté lleno de insistentes referencias a los cuentos de hadas tradicionales. Como aquellos, Hanna es un apólogo moral, una guía fabulada que da pistas al espectador sobre cómo desenvolverse con éxito en la época en que la película ha sido producida. Lástima que la realización de Joe Wright no sepa hacer justicia a estos planteamientos, lastrada por un virtuosismo incoherente y arbitrario que desactiva los aspectos más sustanciosos del guión escrito por los novatos David Farr y Seth Lochhead, y que subraya por pura ineficacia los más toscos y absurdos.
Es un defecto ya presente en las anteriores realizaciones de Wright, asimismo calificables de falsas buenas películas: Orgullo y Prejuicio (2005), Expiación (2007), El solista (2009). Las tres, como Hanna, abundaban en ostentosos planos secuencia y otros efectismos formales que epataban al espectador ocasionalmente, pero contribuían muy poco a poner en valor sus respectivos argumentos. Como ha escrito Tomás Fernández Valentí, Hanna acaba siendo un espectáculo de acción ni profundo ni inspirado, que se beneficia mucho del reparto escogido. Especialmente, de una maravillosa Saorsie Ronan (quien ya colaborase con Joe Wright en Expiación). Si nada se tuerce, Ronan será una gran estrella.