Una comedia que no hace reír, y al mismo tiempo un drama que no deja sufrir por el destino de los personajes.
Un hombre descubre que la mujer de su mejor amigo le está siendo infiel. Tras el shock inicial deberá decidir si le da a conocer a su colega el dato (aunque ello ponga en peligro un importante encargo que podría hacer despegar definitivamente el negocio que ambos han puesto en marcha), debatiéndose entre la obligada lealtad a su socio y el daño que ocasionaría su sinceridad. Con una premisa así, y a falta de más información, podríamos presumir que estamos ante un sesudo drama cuyos intérpretes, a poco que estuvieran mínimamente inspirados, podrían optar a alguna nominación a premios destacados.
Sin embargo, en cuanto recibimos más metraje somos conscientes de que en realidad bajo su trama dramática se esconde un producto cómico. Los rostros de Vince Vaughn (Cuestión de pelotas, De boda en boda) y Kevin James (Os declaro marido y marido, Niños grandes) en los roles de esos dos grandes amigos no dejan lugar a dudas, y el tráiler promocional sigue insistiendo en el mensaje de que hay que prepararse para las risas. Además, la primera media hora de metraje nos termina de convencer de ese ambiente de comedia ligera de enredo que se quiere imprimir.
Por desgracia, superado ese punto la película comienza a caer víctima de su bipolaridad, cediendo la mayoría de su espacio al drama y acotando el humor del que había hecho gala hasta el momento. Es ahí cuando la parte femenina del reparto intenta lucirse dentro de sus posibilidades –más Winona Ryder, menos Jennifer Connelly– y los chistes de manual dejan paso a situaciones serias no menos básicas. La empatía con los personajes es mínima, y se intenta suplir a fuerza de acumular minutos –se rozan las dos horas– con la errónea ilusión de que eso otorgue al producto final un mayor peso, cuando lo único que se consigue es que se torne bastante plomizo.
Firma este desaguisado dual –es una comedia que no hace reír, y al mismo tiempo un drama que no deja sufrir por el destino de los personajes– un Ron Howard que busca un título menos llamativo que algunas de sus últimas obras (El código Da Vinci, Ángeles y demonios, El desafío: Frost contra Nixon), pero que pese a todo se niega a renunciar a una supuesta trascendencia argumental, aunque en absoluto logre sus objetivos (no falta la moralina final, esa apología de la honestidad, para acabar de derrumbar todo este castillo de naipes mal construido).
Así pues, entre flagrantes errores de casting –¿qué pintan Vaughn o James aquí, si lo que se pretende es que padezcamos con ellos?– y de planteamiento general –la mala integración del humor y del drama–, apenas cabe librar del desastre la siempre socorrida colección de canciones que elevan artificialmente ciertos pasajes (Wolfmother, The Black Keys, The Fratellis, The Hold Steady), pero que no hacen más digerible una fábula moral excesivamente simplista que no sabe encontrar el tono adecuado para que resulte creíble o mínimamente entretenida.