El guionista y realizador colombiano no quema todos sus cartuchos en su primera obra, muestra una notable contención narrativa y autocontrol.
La ópera prima de Carlos César Arbelaéz tiene las virtudes que deben darse en una primera película de quién pretende pasar mucho tiempo haciendo cine: sencillez, austeridad expresiva y largo recorrido temático.
El guionista y realizador colombiano no quema todos sus cartuchos en su primera obra, más bien al contrario, muestra una notable contención narrativa y autocontrol al contar esta historía mínima y local que crece en su dimensión como metáfora del país donde está ubicada y por extensión, de cualquier parte del mundo donde se dé un conflicto similar.
Manuel, Julián y Poca Luz son tres amigos que asisten al colegio en la región de Antioquía, Colombía, una vez que la nueva profesora se ha incorporado. Hijos de humilde gente de campo que sobreviven en un entorno muy duro, su mayor entretenimiento es jugar al fútbol en un embarrado campo cercano a la escuela rodeados del espléndido paisaje de las montañas de su región.
El alzamiento guerrillero que se está fraguando a su alrededor les queda muy ajeno a estos tres amigos cuyo único objetivo es rescatar la nueva pelota de Manuel caída en un campo minado junto al lugar donde juegan habitualmente. Sin embargo, ese alzamiento no pasa ni mucho menos desapercibido a sus familias, sus vecinos, la profesora y todos cuantos les rodean al verse obligados a alinearse a favor o contra el movimiento militar en ciernes si quieren continuar en la región.
Instruido en la prolífica Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba, el realizador fija su tesis narrativa en la austeridad del cine iraní que ha sido tan reconocido internacionalmente en los últimos años, haciendo hincapié en el silencio y la narración fuera de campo como principales recursos para contar la historia desde el punto de vista de Manuel, el niño protagonista que no alcanza a entender qué está ocurriendo a su alrededor aunque sufre muy directamente sus consecuencias.
Contando con un reparto excelente de niños no actores y rodando en escenarios naturales, el retrato del mundo infantil que permanece estanco al de los adultos es más que acertado gracias a secuencias tan significativas como aquella en que Julián, cuyo hermano milita en la guerrilla, enseña como un tesoro balas de distinto calibre que mantiene escondidas o aquellas otras sencillas escenas que van mostrando la progresiva ausencia de alumnos faltando a la asistencia de clase.
Aunque pueda parecer escasa, la metáfora que se muestra en esta historia mínima tiene la fuerza suficiente para provocar la reflexión en el espectador y mostrar sin filiaciones de ningún tipo las condiciones de un país trabado por sucesivos conflictos locales que, como la infancia de Manuel, trastocarán para siempre su desarrollo y crecimiento natural dejándolo fuera de juego.